Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Un puente inesperado

09/12/2021

Dedico mi columna a las personas que nos atienden en hospitales y clínicas hasta recuperar la salud. Merecen agradecimiento, respeto y nuestro sincero cariño. Ejemplar es su trabajo. De ahí los cálidos aplausos desde balcones y calles y que, luego, como noticias de periódico, se olvidaron. Hubiera sido todo un detalle el aumento de sueldo, permanente, unido a los aplausos. La Seguridad Social funciona bien.
 Recordé otro puente. Vacaciones en mi tierra, una peritonitis puso a mi marido al borde de la muerte. En el hospital de Coria fue  tratado con intensidad plena y allí se luchó al unísono hasta vencer a la parca que rondó 43 días con sus eternas noches. Dolor y esperanza entrecruzaron caminos, y las cálidas palabras de los sanitarios ayudaron en todo momento. Fui maestra, me atienden en Seguridad Privada. Les narro un hecho real. Este Puente lo comenzamos en Recoletas de Palencia. Ingresé por Urgencias: la escayola me hacía daño y el doctor tuvo que abrir un poco el yeso.  Mientras, mi marido recibía atención en Urología. Bien atendidos, pasamos la noche, y por la mañana nos derivaron a Valladolid porque así lo requería el problema. El experto y joven conductor de la ambulancia, Luisma, nos llevó y otro buen conductor, también, Santi, nos devolvió a casa tras unos días. Fuimos al hospital de Valladolid Felipe II. Antes de que lo comprase el Grupo Recoletas, fue Cruz Roja. Allí nacieron dos de mis hermanas, las pequeñas.  
Edificio modélico, en pleno centro, amplio y cómodo;  desde la entrada, pasillos, zonas comunes y habitaciones la limpieza, impecable. El servicio de cocina, la comida, adecuada. Tengo grabada la amabilidad en el trato, la dulzura, la atención de cada una de las personas que pasaron por la habitación 306 durante los tres días en que permanecimos en ella. La joven y simpática doctora Manso, nos explicó la prueba que le hizo al día siguiente. Todo salió bien y por la tarde extendió el alta. Enfermeras y auxiliares diligentes, acudían cada vez que se solicitaba algo. Dejo tres nombres: Cristina, Sonia y Ángela, pero hago extensivo mi agradecimiento a todas las demás. A limpiadoras y al personal de admisión. A la amable doctora Gabriela y al joven que empujó la silla. A todos,  nuestro reconocimiento.