El gesto amable

A. Rodríguez
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La figura de Valentín Buey, trabajador, cercano y familiar, sigue presente en la fibra de los palentinos que continúan visitando La Cesta

El gesto amable

Nació en 1931, en una de las épocas más complicadas de la historia de España: la posguerra. Las dificultades que atravesó, sin embargo, no consiguieron mermar la esencia de Valentín Buey. 

Tras la temprana pérdida de su padre, pronto se buscó la vida para que nunca faltara pan y alegría en la mesa que compartía con su hermano Jacinto. A raíz de esto tuvo que abandonar los estudios, pero los Buey son una familia de encontrar soluciones hasta en los días más nublados. De esta manera, Valentín unió su afición por los tebeos con el aprendizaje en ortografía para nunca cometer una falta. 

Y es que el hombre que «nunca miraba a la pantalla cuando nos hacíamos una foto» según dice con nostalgia José Luis Buey (uno de sus tres hijos), siempre tenía una sonrisa tierna para su familia y paciencia y todo aquel que se le acercaba. 

Lo dulce de su carácter lo trasladó a una cesta de mimbre -llena de golosinas y cachabas de caramelo- para vender a la salida de los colegios, de la antigua Balastera y de todo lugar donde hubiese una persona que quisiera alegrarse el día o el de su hijo.

Como todo buen vendedor con experiencia acabó conociendo los sitios donde más gente le compraba algún artículo de su cesta y, como propina, él siempre regalaba una buena palabra o un gesto agradable. No había trampa ni cartón, solo una persona que amaba su trabajo, encontrarse y charlar con la gente y que desde los 11 años no permitió que a su familia le faltara nada.

«Su mayor vicio era su familia y su trabajo», dice José Luis, y por ello aunque lloviera o nevara, siempre «salía a trabajar con una sonrisa en la cara y una manera de tratar al resto impecable». Esta forma de ser ha quedado en el corazón de una inmensidad de palentinos que, tres meses después de su pérdida, siguen acercándose a La Cesta, el comercio que ahora regenta José Luis Buey,  para recordar las virtudes de Valentín.

El tiempo libre que tenía  después de abrir y atender «con una paciencia de hierro» en el negocio lo dedicaba a sus nietas (Cristina, Silvia y Eva), en quien permanece un recuerdo imborrable de «la persona que siempre alegraba las reuniones familiares con algún chascarrillo o alguna historieta», recuerda José Luis. 

Cuando llegaba a casa disfrutaba al ver sus películas en blanco y negro favoritas de vaqueros -siempre protagonizadas por John Wayne - y al escuchar una de las canciones de su cantante preferido, Nino Bravo. 

Valentín dejó en lo alto de la estantería de su negocio la cesta de mimbre para convertirse en el vaquero que siempre vio en la pantalla y reencontrarse con su mujer, que falleció hace tiempo a causa de una enfermedad, mientras suena Un beso y una flor. Su cesta permanece en el negocio familiar, la bata ahora la viste uno de sus hijos en su panadería y el tercer hermano ayuda a los palentinos, como hizo en su día su padre, desde el hospital Río Carrión.