Ni héroes, ni villanos

David Herrero (ICAL)
-

Los agentes de la Policía Local garantizan la seguridad, tras el toque de queda, en una tranquilamadrugada del sábado enmarcada en las posibles celebraciones de Halloween

Ni héroes, ni villanos

El reloj marca las 22 horas. El toque de queda ha comenzado. Los efectivos del turno de noche de la Policía Local, configurados por siete patrullas, reciben las indicaciones para actuar en un servicio, entre el viernes y el sábado, que puede resultar movido al coincidir el fin de semana, un puente y las posibles fiestas de Halloween. No hay tiempo para muchas explicaciones, ya que los agentes reciben la primera llamada, quejas en un domicilio a un par de calles del cuartel.

Desinfección de las zonas de contacto del vehículo y a la calle. G-50, conformada por Miguel, el jefe de servicio, y Rafa, un oficial, se persona en escasos minutos junto a Lince 2, una patrulla de apoyo en la que se encuentra la primera mujer en trabajar de noche. Los agentes se entrevistan con el requiriente y comprueban su versión, donde escuchan fuertes voces de varias personas, a través del patio de luces, procedentes de un bloque colindante.

Aunque sin música, podría tratarse de una fiesta improvisada, algo habitual. Son las 22,30 horas, y tras varios toques al telefonillo, un vecino abre el portal a los agentes. Sin saber exactamente el piso correcto, el oído y la intuición no falla y dan con la puerta adecuada. Nada más observar a los inquilinos, los funcionarios constatan que el problema no tiene que ver con jóvenes y bebidas alcohólicas, sino con el tono de voz elevado y las posibles discusiones telefónicas, cuyos moradores proceden del extranjero y hablan con sus compatriotas a un volumen poco recomendable para la convivencia vecinal.

La intervención se soluciona con diálogo y las pertinentes explicaciones, aunque se amonesta para dejar patente la situación y evitar que no se vuelva a repetir. La próxima visita irá acompañada de sanción. Aquí es donde entra la comprensión y saber adaptarse a cada situación, con el objetivo de hacer entender el problema y ayudar a ambas parte para mejorar la relación vecinal, explica a la Agencia Ical el jefe de servicio.

asistencia constante. Efectivos al vehículo policial y operativos de nuevo. Las calles están vacías, algo obligado tras las restricciones sanitarias, aunque G-50 y Lince 2 deciden dar una vuelta por zonas habituales de botellón, caracterizadas por la oscuridad y el difícil acceso, como la Fuente de la Salud, el camino Collantes o lugares cercanos al río en el paseo de La Julia. Peligrosos e improvisados. Sin jóvenes, pero con restos de su presencia.

No tardan en encontrarse con algún viandante solitario que, en este caso, justifica su presencia en la calle al proceder de un establecimiento hostelero en el que ha estado limpiando. Todo correcto. Miguel reconoce a Ical que «el silencio de la noche transmite el miedo que tiene la gente. Es un silencio ruidoso, pero de miedo, en una ciudad sin gente durante una noche de Halloween». Por ello, las «pocas personas que se encuentran a su paso son sospechosas, pero sospechosas de salir por la calle», añade el oficial que conduce el coche patrulla.

«Para nosotros es incómodo preguntar al ciudadano las razones de su presencia en la vía pública. Al final no es algo agradable, pero son adaptaciones que se llevan a cabo debido a las circunstancias». Y es que, ambos recalcan que el miedo que se vivió en los meses más duros de la pandemia se está volviendo a instalar entre los palentinos.

Aunque con escaso movimiento, la actividad preventiva no cesa. El teléfono del subinspector y jefe de servicio suena. Al otro lado se encuentra el coordinador de Policía Nacional, con el que acuerdan establecer un control conjunto en la glorieta de las Víctimas del Terrorismo, junto a la Comandancia de la Guardia Civil.

prevención. Son las 23,30 horas y la rotonda es tomada por tres patrullas del cuerpo municipal, más una unidad de Atestados, y dos zetas de la Policía Nacional. El perfil ha cambiado y los filtros de vehículos no tienen nada que ver con los montados antes de la crisis sanitaria. La fiesta, los desplazamientos a locales de ocio o la presencia de alcohol y drogas deja paso a las justificaciones y al toque de queda.

Los repartidores y los servicios esenciales se convierten en los dueños de las calles, aunque también son controlados, a modo preventivo, con el objetivo de garantizar la seguridad y evitar el tráfico de sustancias estupefacientes. Todo ello antes de que algunas personas alerten por grupos y redes sociales de su presencia en un determinado punto de la ciudad, dado que algunas veces cuelgan hasta fotos en directo del dispositivo, señalan entre risas.

Aunque el momento no es bueno, al ser conscientes de la existencia de mucha gente pasándolo mal en sus casas, el subinspector traslada que, «a pesar de todo, la Policía seguirá estando en la calle dando vueltas, vigilando y dispuestos para asistir cualquier necesidad de los ciudadanos». Al final esa es la «motivación» para seguir al pie del cañón, apunta.

En el silencio de una «ciudad sin gente», la emisora comunica un aviso entrante por el Servicio de Emergencias 112 en el que, al parecer, un hombre con obesidad mórbida no abre la puerta de su vivienda y no consiguen ponerse en contacto con él. Finalmente, la intervención requiere la presencia del Cuerpo de Bomberos, quienes abren la puerta del domicilio, donde los agentes y los servicios sanitarios asisten al ciudadano, que yacía tendido en el suelo. Activado el protocolo por coronavirus y con los respectivos Epis, es bajado por las escaleras y derivado al hospital Río Carrión.

pedagogía y empatía. «Ni cuando recorríamos la ciudad felicitando los cumpleaños a los niños éramos héroes ni somos villanos cuando denunciamos». La Policía está para garantizar la seguridad y hacer cumplir la ley, aunque siempre entra en juego la empatía y la pedagogía, con el objetivo de ayudar en la medida de los posible al ciudadano.

Comprensión que dejaron patente a partir de las 00,00 horas, dado que, casualmente, se encontraron con más palentinos por la vía pública, pero todos con un motivo en mente. Desde una pareja que decía acudir a una farmacia de guardia tras ser atendida en Urgencias hasta una conductora que iba a buscar a una cuidadora para hacerse cargo de su madre, que había sufrido una caída y estaba ingresada en un centro sanitario.

Estos casos son habituales y comprensibles. Muchos de ellos no tienen un justificante en papel, pero se entiende su situación. La Policía se implica y dialoga ante situaciones excepcionales y tensas, con casos en los que algunos ciudadanos pueden ponerse a llorar por miedo a una denuncia, tras haber salido por un problema de salud o para asistir a un familiar. Lo último en lo que los agentes piensan es en sancionar y siempre se intenta colaborar y prestar ayuda, explican.

Esta forma de actuar en el momento actual es importante, ya que, desde que se sale de casa, «es necesario automotivarse, tanto a uno mismo como a los compañeros que colaboran en el turno, para adaptar la cabeza a la situación». Dejan claro que «echan de menos el trabajo policial puro para el que fueron formados, aunque eso no signifique que dejen desatendida la ciudad, sino todo lo contrario». Es las 1,00 horas y la patrulla continúa alerta, a su paso por una calle Mayor desierta.