César Merino

César Merino


Tiempo muerto

07/11/2022

Leyendo hace unos días una entrevista a Inger Enkvist, maestra sueca, excelente conocedora de nuestro sistema educativo, me llamó la atención uno de sus comentarios lamentado el poco tiempo que tienen los niños para aburrirse, debido al exceso de actividades que a lo largo del día les tienen ocupados. A primera vista no deja de sorprender una afirmación como esa, aparentemente contradictoria, pues la simple idea de estar sin hacer nada nos provoca un rechazo automático, aunque no sepamos muy bien por qué. La explicación se encuentra en que solo cuando los niños disponen generosamente de ratos libres, se pueden concentrar en sí mismos, adoptar la actitud física y mental imprescindibles para desarrollar sus diversas capacidades intelectuales. Veamos lo que ocurre con los más pequeños de ellos, los que se pasan el día comiendo y durmiendo, parece que no se enteran, que no hacen nada y, sin embargo, la neurobiología ha puesto de relieve que en ninguna otra etapa de la vida, crece nuestro cerebro como en esos primeros meses, cuando sus más instintivas rutinas se suceden placenteramente. Junto al desarrollo cognitivo, se halla el desarrollo emocional de los menores, la paulatina adquisición de una madurez y equilibrio personales con los que enfrentarse a los retos futuros. También este requiere sus "tiempos muertos", esos momentos de silencio y contemplación, de aire libre, de lectura, lejos de las pantallas y otros estímulos audiovisuales que apenas dejan pensar. En la actualidad, muchos adolescentes están sufriendo las consecuencias de nuestros descuidos en este terreno, que pueden llegar a ser fatales. El descenso del nivel de conocimientos es palpable y, paralelamente, el número creciente de muchachos que abandonan los estudios, lo que nos aboca a una sociedad culturalmente más pobre. Por otro lado, y esto es aún más preocupante, cada vez más jóvenes protagonizan sucesos violentos hacia otros y hacia ellos mismos, llegando en ocasiones a quitarse la vida, lo que revela unas carencias profundas que tenemos obligación de atender. Muchas de ellas están ligadas a una bajísima tolerancia a la frustración, a una ausencia del tiempo y del cariño debidos, y también de unos verdaderos ejemplos a seguir.