José Luis Díaz Sampedro

José Luis Díaz Sampedro


Los santos inocentes

15/05/2023

La reciente publicación de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la Ley del Aborto de 2010 ha puesto de manifiesto la rabiosa pretensión por justificar, como sea, un supuesto derecho al socaire de la perspectiva de género que nos asola. Resulta decepcionante que la institución encargada de velar por los derechos fundamentales de las personas -y el de la vida es el primero que consagra nuestra Constitución- se mostrara pusilánime durante tantos años para decidir sobre una cuestión de tal relevancia (en esos 12 años se practicaron más de un millón de abortos) y ahora se apresure sin ningún rubor a cambiar el criterio que sostuvo en su sentencia de 1985. ¡Viva la seguridad jurídica!. El argumento que sostienen los secuaces del sr. Conde-Pumpido (que de Cándido tiene poco) se resume en que, como el 'nasciturus' no es titular del derecho a la vida, debe prevalecer el respeto a la libertad y dignidad de la mujer que decida abortarle. Y todo ello enmarcado -como no podía ser de otra forma- en el maravilloso cuadro de la ideología de género que promueve la igualdad entre mujeres y hombres. Ni el mejor sastre de Pedro Sánchez podría haberle hecho un traje tan a la medida de sus ideas. Se ha prescindido cínicamente de evidencias y realidades científicas para satisfacer los fines de una ideología que se nos ha impuesto (no sabemos cómo ni por quién, lo que revela su sospecha). Los poderes públicos no parecen tener sonrojo alguno en pretender convencernos de que el derecho a la vida lo tendrá únicamente quien tenga la suerte de que su madre así lo decida. Se convierte así a la mujer en un dios soberano que libremente dispone de su cuerpo para concebir otra vida y después decide ponerla fin sin más. ¿Y eso es respetar su dignidad?. Y si el concebido es otra mujer, ¿quién, cómo y cuándo se encarga de respetar su dignidad, su libertad y su derecho a vivir?. Aunque nuestros gobernantes -sectarios y fanáticos seguidores de tan perversa ideología- hayan llegado al disparate de que cualquier ser vivo tiene mayor amparo jurídico que el 'nasciturus', para los que vamos a seguir defendiendo el derecho a la vida desde su concepción, el debate ni se ha cerrado ni ha terminado. La santa inocencia de muchos que no han podido nacer y de otros tantos que no podrán hacerlo debe remover nuestra conciencia y animarnos -cada uno según sus aptitudes y posibilidades- a continuar sin miedo en esta batalla.