Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


Alabados seáis

04/12/2021

Tocamos hace algún tiempo un tema muy de soslayo y me gustaría profundizar en las fosas abisales hosteleras y desgranarlo con la pulcritud, el rigor, la eficiencia y el sentido con los que Arguiñano pica una cebolla, y no como el pifostio que organiza un servidor cada vez que quiere hacer un sofrito.
Piensen, queridos lectores, en su plato favorito, predilecto, cuando quieren hincar diente, o, si son aficionados al asunto, en el vino supremo de sus amores máximos, o en el cóctel con el que las mieles de la gloria acarician sus papilas. Imaginen por un momento, a los golosetes me dirijo, ese dulce, esa golosina, ese pastel con el que sacian sus instintos azucarados más extremos…
Sé que, a todas luces, es políticamente incorrecto, injusto incluso, monopolizar tales cuestiones en una única respuesta, pero en ocasiones es tan meridiano el dictamen como claras son las aguas esas de las fotos con palmeras y cocoteros.
Pues les revelaré algo. En el ámbito barístico (de bar) hay una circunstancia que puede igualar o, incluso, superar tales extremos del goce y equipararse a tan sublimes ambrosías.
En cuanto suelte la bomba, señoras, señores, decirse… «¡¡¡date!!!» y asentir para sus adentros, me juego caña más bravas, será todo uno.
Entrar en un local abarrotado hasta las cartolas, de bote en bote como era menester, y no haber pisado siquiera el umbral de la puerta y escuchar «señores, buenos días, en un segundito estoy con ustedes. Al fondo tienen un hueco perfecto, si gustan» y, además, si cabe más, con educación, arte, alegría y eficiencia… ¿no es un manjar equiparable a los invocados al principio de estas líneas?
Curiosamente, es una conversación bastante recurrente a pie de barra y, por norma, el camarero en cuestión que obra con tal diligencia y gracia es honrado, laureado y agasajado con todo tipo de alabanzas, elogios, halagos, lisonjas, aplausos y piropos.
Y no es para menos.
Incluso, a veces, ni hablar es necesario. Un simple gesto de connivencia, una mirada agradable asintiendo… valen para que el cliente se sienta atendido al instante y justifique sin ningún tipo de escarnio cualquier demora fortuita que se tornaría en desagrado sin han pasado de uno (parafraseo a aquella) como el que oye llover.
Alabados seáis.

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