Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Cuando la música es arte

16/06/2022

Quizá hemos observado círculos concéntricos, las ondas que van haciéndose más grandes hasta desaparecer y que se forman en aguas tranquilas cuando arrojamos una piedra. La vibración origina esas ondas.  Algo similar ocurre en el aire cuando se produce un sonido. En este caso, imposible ver las ondas. El sonido, la vibración, se transmite con casi todos los materiales que están a nuestro alcance: madera, acero, cristal, metales, nuestro cuerpo y su voz. En Palencia, nuestro Conservatorio tiene un plantel de profesores muy bueno y envidiable. Un orgullo para esta tierra de poetas, escritores y músicos. Recuerdo mis estudios de solfeo, trabajando y madre de tres hijos, con Tina Riol, solfeo; y  piano, con Carmen Sabugo y Josefina  Pérez de Diego, y mi angustia al examinarme, calle Dos de Mayo en Valladolid. El suspenso en 5º de piano, en junio, ¡ay los nervios! Y no olvido los desvelos de Miguel Frechilla, aquel gran profesor e intérprete que, junto a Pedro Zuloaga, palentino, dio conciertos hasta en Japón; la rabia y las lágrimas corrían parejas.
Revivo cómo, cuando cerré los libros y me levanté del piano, me sorprendió llorando sentada en la escalera de aquel caluroso piso, pues no quería bajar a la calle en ese estado. Su mano en mi hombro y una pregunta: Disculpe, ¿necesita usted aprobar? Entendí el por qué de su pregunta, varias monjas estaban ese día examinándose, era obligatorio tener el Grado Elemental para impartir en sus colegios clase de Música. No, estudio porque me gusta. 
Entonces, momento inolvidable, me dio su tarjeta. En septiembre, pase por casa antes del examen. Puede tocar y así irá más tranquila. Gracias, le dije. Así comenzó una amistad que me permitió tocar y calmarme, debajo de un Romero de Torres y visitarle en su chalet de Cigales. 
El fin de semana anterior, Palencia vivió el Festival Sonora de música independiente. El tiempo acompañó y los palentinos se echaron a la calle. Dinero y alegría para empresarios del ramo. Todo es bueno. Hablamos alto. El ruido, no solo la música, los decibelios impidieron la siesta o el descanso a muchos. Lo entiendo porque tuve que bajar las persianas y con ventanas cerradas y cristal doble, aún se oía. Vivir en comunidad exige tolerancia. Y cuesta. ¿Por qué negarlo?