En España cada vez resulta más difícil hacer reformas (salvo que sea para subir impuestos, algo que no suele tener retrasos). Lo estamos viendo con las materias sanitarias (especialmente en Castilla y León), con la reglamentación de las pensiones y hasta con lo más duro del momento, la energía y su coste. Demasiada inestabilidad política, exceso de partidos y una falta definitiva de empatía entre ellos, que en la práctica bloquea imposibilita acuerdos necesarios .
Estos días estamos hablando, aunque no lo suficiente, de cómo Italia (el otro gran «sureño irredento», junto con nosotros) ha logrado superarnos en crecimiento económico y ya se ve como Draghi, designado primer ministro «in extremis», está logrando que prosperen las reformas precisas en con un ambiente propicio. Le vieron las barbas a San Pedro durante la covid y han tenido que recurrir a un técnico de larga trayectoria y curriculum reputado para poder salir del lío. Y en la vieja y siempre liosa Italia prosperan ajustes en otro momento impensables.
En España parece que seguimos pensando que no hay privilegios que corregir, desajustes que equilibrar y problemas que pulir. Somos conservadores a ultranza, de izquierdas o derechas, en la medida en que consideramos que nada de lo que hay es susceptible de tocarse a condición de que los privilegios se respeten. Y así, claro, no se prospera. Vamos parcheando y comprometiendo la viabilidad de las generaciones futuras, a quienes legamos una deuda inmensa y una sociedad que no podemos pagar.
Buena parte del Sur de Italia fue española, y en esa Nápoles borbónica germinó el éxito que siempre han añorado. Parece que ahora Italia puede devolvernos la lección, a condición de que estemos dispuestos a aprenderla.