Froilán de Lózar

La madeja

Froilán de Lózar


Refranes con color

18/06/2021

Para el dolor, como para el amor, también hay refranes que lo abordan, que te previenen y te aconsejan sobre el uso de toda la filosofía que puedas desplegar para sobrellevarlo. Y hay un dicho que lo matiza bien: «Malo es el dolor cuando nadie lo quiere». Me refiero a ese reuma, a ese dolor físico persistente y continuo, que se ha instalado en alguna parte de nuestro cuerpo y solamente cede un poco a base de pastillas y ungüentos.
Buscando refranes, que los hay a mares, me detengo en los que apenas conocemos, tratando de descifrar ese mensaje que todos aportan, porque parece que todos nacieron de una experiencia.
El doctor Antonio Castillo de Lucas, que nació a finales del siglo XIX, en la Crítica a la Crítica de los Refranes del P. Feijóo, titulada La fiabilidad de los adagios, hace una curiosa observación de aquel refrán que dice: «Ni sábado sin sol, ni moza sin amor, ni viejo sin dolor». «He observado -escribe- que es falso lo primero y lo segundo». Y lo matiza así: «Por sol debe entenderse solana o galería donde las mujeres ponían a secar las tocas que el domingo iban a llevar a misa y en cuanto a la moza es psicológico y fisiológico que sientan amores. Lo que por desgracia es cierto es lo del dolor del anciano».
Yo me maravillo de todo lo que la gente sabe. Lo que sabían antes, cuando a los cincuenta y cinco años ya eras viejo y era normal que te murieras a los sesenta. Me impresiona, digo, las obras que nos legaron entonces, como me impresiona hoy el avance de la tecnología y de qué modo se mueven por las redes sociales los más jóvenes, a machete con sus conocimientos, cuando a mí no me llega la vida para retener los mínimos detalles de tantas historias que pasan por mis manos. Pero es cierto que el dolor nos convoca a todos en algún momento, y que la humanidad, toda, en todo tiempo y lugar procura alejar de sí lo más posible el dolor: «Duerme alguno con su enemigo, pero ninguno con su dolorcillo».
También es verdad que cada uno tiene su remango para hacer frente al sufrimiento y que ahora se teme más a ese dolor que no sabes de dónde te viene, pero que te impide sonreír como antes; que a veces no hace falta una gran causa para dejarte abatido, desorientado, indiferente a cuantas muestras de cariño te lleguen de las personas más cercanas.