José María Nieto Vigil

Sin Perdón

José María Nieto Vigil


Sistema educativo

28/10/2022

 Nuestro sistema educativo es, sencilla y llanamente, mediocre, vulgar y en extremo ramplón. El ejercicio docente personal, desarrollado durante más de treinta y dos años, me permite poder llegar a formular una aseveración tan rotunda como categórica. Por otra parte, en mi convencida afirmación, me hago eco del sentir de numerosos compañeros de trabajo y fatiga, tanto jubilados como en activo, también de muchas familias, sorprendidas y disgustadas, ante la deriva degenerativa de nuestro modelo educativo.  
¿Qué fue del sueño de la búsqueda de la excelencia? ¿Qué ha sido de los valores del trabajo, el esfuerzo y el sacrificio? ¿Dónde se quedaron los afanes por alcanzar la calidad del sistema? Estas y otras interrogantes retóricas tienen una única contestación: se quedaron en sueño de borrajas, en fantasías del país de nunca jamás. Neverland que dirían los alumnos bilingües del actual sistema, aunque nada supieran del autor de la afamada novela, J.M. Barrie. Tampoco es de extrañar, dada la ignorancia galopante de nuestros jóvenes estudiantes que, por cierto, también desconocen la obra del ingenioso hidalgo de las tierras manchegas.
Dos razones, de entre otras tantas, se pueden apuntar como causas generadoras del triste panorama que dibujo. De una parte, una sucesión de leyes y ordenamientos a cada cual peor, siempre cuajados de eufemismos fatuos, emperifollados, vanos y presuntuosos, ridículos y delirantes. De otra parte, la proliferación de corrientes pedagógicas de la nueva modernidad, es decir, las de la zambomba, la pandereta, la plastilina, el collage y la tontería proclamada a viva voz. Y así nos va, pese al denodado esfuerzo de cosmética estadística que camufla tamaño melodrama y esperpento educativo. 
Solo preocupa y ocupa mejorar los porcentajes del fracaso escolar que, dicho sea de paso, nos afean de manera reiterada desde allende nuestras fronteras. La calidad importa un carajo, barra libre en forma de aprobado general para toda criatura de Dios. Así se consuma de manera impenitente, sin pena ni gloria, una especie  de 'Elogio de la locura y del desastre nacional'.