Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


El síndrome del crack

08/10/2022

Oxímoron. Esa figura literaria que sustenta la convivencia en la misma frase de palabras o expresiones contrapuestas generando una contradicción pero aportando un sentido nuevo al conjunto. Los más habituales y sonados… «muerto viviente», «tensa calma», «valiente cobarde», «silencio atronador», «dulce amargura», «claroscuro», «copia original»… o expresiones que obligan al lector u oyente a ir más allá de la simple combinación de ambos términos y a husmear en las entretelas de quien ha escrito o hablado, porque «mis libros están llenos de vacío» aunque «estoy herméticamente abierto a cualquier sugerencia». Cuando figuran en el mismo renglón las palabras síndrome (que suele referirse al conjunto de síntomas de un cuadro patológico… o sea, algo chungo) y crack (que, habiendo sido ya aceptada como tal y prefiriéndose la españolizada grafía crac, denota a un/a fuera de serie en alguna materia, además de sus otras acepciones) algo comienza a atufar a un pútrido perfume (oxímoron al canto) que no profetiza un final demasiado halagüeño. Y he tenido el desapacible placer (otro) de haber conocido a unos cuantos interfectos aquejados por esta dolencia. Y me refiero a ese bisoño camarero (cocinero, sumiller, bartender…) que, de repente, muestra unas aptitudes fantásticas para el desempeño y su actitud incipiente es la mejor de lo mejor, la óptima de lo ínclito… majo, dispuesto, amable, resolutivo, autocrítico, empático… o sea, un crack en toda regla. Pero vienen las curvas… porque le dicen tres veces que es un gran profesional, un excelso camarero… ¡¡¡el mejor!!! y comienza a no aceptar las objeciones, cree que nadie le puede enseñar nada, se enfrenta ante las correcciones, la asunción de errores no forma parte de su agenda, pone 'caritas' cuando tiene un mal día (porque él es el que peor lo pasa del mundo) y es capaz incluso de llegarse al oscuro cementerio de las malas contestaciones injustificadas cuando le piden las cosas de tres veces (aunque casi siempre lo son… porque el lance se ha de intentar entornar, siempre, con la educación como estandarte). Sin entrar en condiciones de trabajo ni situaciones extremas que, quizás, tampoco justificarían la recaída constante… Menos mal que no son tantos… Qué penita… con los buenos mimbres que había. 

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