José María Ruiz Ortega

Estampas rurales

José María Ruiz Ortega


Tinto Pesquera

29/05/2021

 El mundo está lleno de emprendedores y empresarios que han arrancado de la nada, han logrado una modélica explotación agraria o ganadera y conseguido ese valor añadido al ofrecer un producto final atractivo y de calidad. Todas estas reflexiones, inspiran el recuerdo de muchos momentos compartidos con una persona recientemente fallecida: Alejandro Fernández Pérez, bodeguero Pesquera de Duero. Un referente en el mundo del vino, auténtico impulsor de los vinos de la Ribera y de la denominación de origen. Un sencillo hombre de campo de tuvo fe en lo que hacía y en lo que se debía realizar. Muchas horas de trabajo, esfuerzo y dedicación detrás de una idea, pero también mucho cariño, mucho mimo y alguna que otra lágrima de desesperación.  
Conocí a Alejandro cuando tenía menos viñas que proyectos e ideas de futuro de difícil realización. Era el final del verano de 1966 y yo necesitaba una máquina agrícola que Alejandro fabricaba de manera artesanal, como muchos herreros de pueblo que en contacto con los agricultores elaboraban arados o gradas, etc. Se dedicaba a vender maquinaria agrícola mientras cuidaba los viñedos familiares y elaboraba vino para consumo propio, como ayuda en su trabajo de vendedor. Ahí comenzó una amistad, más entrañable que comercial, le compré unas arrancadoras de remolacha que funcionaban bien pero se rompían, ya que el material no era de la calidad que requiere los duros trabajos agrícolas.
Conocedor de los viñedos franceses, de la maquinaria agrícola y de la elaboración del  vino. Aquel verano, mientras cargábamos la máquina en un camión y apenas a 90 kilómetros al norte Sergio Leone rodaba la famosa escena del cementerio de Sad Hill, Alejandro me contó todos sus proyectos: dejar las máquinas y dedicarse por entero al vino, con el nombre de su querido pueblo Pesquera. Sus ensayos elaborando el vino en un abollado tanque de acero inoxidable y la promoción personalizada botella a botella. Un personaje afable, siempre había tiempo para compartir en la vieja bodega un trozo de pan y queso; y luego, una sudada en el frontón de la iglesia de su querido Pesquera, siempre sin abandonar la sonrisa.