Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Trinidad  II 

20/03/2021

Como decíamos ayer: Tiburcio se ha quedado medio traspuesto. Aprovecho para recoger un poco la mesa de la cocina y tirar la bolsa llena de sobras. Me abronca un rato, cacareando que no tengo que meterme en sus cosas. Todavía puedo andar y tirar yo la basura. Pero yo se la reciclo. Me contesta que como solo tiene contenedor verde cerca, pues  allí va a parar todo. Más contaminan los coches y nadie va andando a los sitios. Bueno, a lo que estábamos. Trinidad se llamaba el señor. Tras el jamacuco fue recobrando poco a poco el semblante y nos regaló la yegua y la silla Furia. Era preciosa y lo sigue siendo, pues quita los dolores y las pijadas mentales. Carcajada seca. Al tío Severino también le fue bien, salió ganando, dónde va a parar. Ni se acordó de las potras. Va, lo cierto es que la silla no la quería soltar ni a tiros y, aunque quisimos disimular que el soponcio era jarra y media, no era menos cierto que de hebilla para abajo estaba como quien hizo fuerza, en este caso no para saldar ventosidades al viento. Digo que se le traslucían calzones mal abrochados y que tenía el cuello como taladrado de mordiscos y los ojos vueltos. Creo que el muy jumento andaba comprando favores de alguna moza, hija de la criada. Seguramente, no por decisión propia, si no por otras cuitas injustas. De no ser por el tío Severino, le hubiera arreado un buen pincho con la horca. Que ya nos vimos en otras con el sujeto. A lo que vamos, cuando fui al pilón me encontré detrás, agazapada y escondida, a la Sole, que al percatarse de nuestra presencia pudo deshacerse del asqueroso y ocultarse allí. Por miedo, por vergüenza, por todo. Malos tiempos, hijo. El randa del Matorras sabía que lo sabíamos. Quedamos en no decir nada, pero le pedí la silla ‘Furia’. Y pedimos a la moza que nos acompañara y la acercamos a su casa. Me cuentan que semanas más tarde, al que llamaban Trinidad, perdió un ojo en una batida del zorro y que tuvo la mala suerte de pillarse un huevo al tropezar en un cepo. Eso me contaron y yo casi siempre me  recuesto en la poltrona y pienso en la justicia divina. Aquí espero la mía, sentado en calma, chaval. Si vas a la tienda me pides una de callos que me quiero dar un homenaje. Cómoda la silla, ya te digo. Sea.