Ilia Galán

Ilia Galán


Nuestra catedral expropiada

25/07/2022

Se acercó a la catedral, la Bella desconocida. Quería elevar su alma a Dios, meditar un ratito en alguna de sus magníficas capillas, para eso la habían levantado nuestros antepasados. Miró un gran cartelón, pretencioso, que cubría obsceno parte de su sillería, hablando de los 700 años que el templo cumplía, los horarios y sus tarifas. Si hubiera una misa, se quedaría para la ceremonia... Pero ya no hay, la catedral ahora es un museo. No se puede rezar o hay que hacerlo veladamente, como el gran velo de oro que a la entrada, donde hay que pagar, se levanta, pretencioso, como en un hotel del lujo. ¿Acaso no vendría Jesús de nuevo a echar con azotes a los mercaderes del templo? Ahora ya no son cambistas o vendedores de palomas o corderos sino turistas con cámaras fotográficas y vendedores de recuerdos y objetos que reproducen elementos artísticos... Es el arte lo que se vende, las artes de tantos siglos que se hicieron para rezar, para elevar el alma a Dios, para conocernos y así conocerle. Cierto que muchos se han acercado a la fe por medio de las artes, pero convirtiendo los templos en museos echan a los devotos, ganan algunos dineros, ¿prestigio cultural? Ya se tenía... Y quienes no pueden pagar o no quieren hacerlo pues el ambiente de devoción se ha perdido para convertirlo en un espacio expositivo... Y la fe, y la gratuidad, no solo de la gracia, sino de esos palacios de Dios que son nuestras iglesias, abiertas para todos, ricos y pobres... No creo que esta especie versión suavizada de la simonía, según a muchos se lo parecía, guste a nuestro papa actual o a Jesús de Nazaret, que a todos espera escondido en su sagrario, sin tener que hacer pagar entrada, dándose. Si el obispo de Palencia necesita dineros, vendan las propiedades que no son templos históricos, venda su palacio o los lugares que no son propiamente para el culto, o busquen otros modos. Exponer maravillas, sí, pero en el cristianismo lo más importante no es lo exterior, no es el arte de los objetos, sino el del sujeto, la aparición de la Divinidad en el alma, donde tal vez nadie lo advierta

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