Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Sin control

05/06/2022

Tenía 15 años cuando se perpetró la masacre de Columbine. Hablaba constantemente de su intención de repetir aquella terrible matanza que sensibilizó a una población norteamericana que hasta entonces prefería mirar hacia otro lado. Su inquietante obsesión hizo saltar las primeras alarmas, hasta que fue diagnosticado de mutismo selectivo por un psiquiatra. Su familia se había trasladado desde Corea a Estados Unidos, concretamente a Virginia, donde al muchacho, con sólo ocho años, le costó adaptarse. Un país nuevo, costumbres diferentes... Cho Seung Hui se convirtió en una persona muy reservada, casi siempre estaba solo, callado, un tanto huraño y muchos compañeros decidieron burlarse de él e incluso intimidarlo por su condición. El monstruo se estaba gestando.

Pasaron los años y el joven decidió matricularse en la Universidad, primero como estudiante de tecnologías de la información, para pronto cambiarse a filología inglesa. Allí comenzó a firmar sus exámenes y trabajos con el signo de interrogación e incluso fue propuesto para su expulsión porque en medio de una clase de poesía comenzó a fotografiar las piernas de sus compañeras. Aunque sus escritos académicos cada vez eran más violentos y había acosado sexualmente a dos alumnas, continuó sus estudios, con un impasse en el que fue ingresado en un centro psiquiátrico para ser tratado de nuevo. Las señales de que algo no iba bien eran más que evidentes. 

En la mañana del 16 de abril de 2007, Cho, que meses atrás había adquirido armas sin problema y unos días antes había grabado un mensaje que remitió a una cadena de televisión en el que expresaba sus sentimientos y anunciaba sus intenciones, se trasladó hasta una residencia universitaria. Entró en la habitación de una joven, que supuestamente había rechazado tener una relación sentimental con él, a la que descerrajó varios tiros. La pesadilla había comenzado. Un compañero, al escuchar las detonaciones, acudió hasta allí y fue recibido con una ráfaga a quemarropa que acabó con su vida. La policía pensó que el culpable de las muertes era el novio de la estudiante y procedió a su detención. El asesino aprovechó ese lapso de tiempo para cambiarse y llegar hasta un pabellón con aulas, donde cerró con cadenas todas las puertas de salida para bloquearlas. La carnicería duró 9 minutos. 32 personas fueron asesinadas y 29 resultaron heridas, en lo que hoy es la peor masacre cometida en una universidad de EEUU. Cho acabó suicidándose.

La trágica muerte la pasada semana de 19 alumnos y 2 profesores en el pueblo de Uvalde, Texas, tras la irrupción de un joven de 18 años en la escuela de primaria de la localidad con una pistola y un rifle semiautomático, ha puesto una vez más sobre la mesa la necesidad de abrir un debate en Estados Unidos sobre la regulación de la venta y posesión de armas, un derecho recogido en la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana.

Los datos están ahí. El país de las barras y las estrellas registra cada año 40.000 muertes por armas de fuego. En lo que llevamos de 2022, el número de finados supera los 17.000, de los que 650 eran menores. Estas cifras tan contundentes, que por sí solas se muestran frías y alejan por sus dimensiones de la perspectiva real, evidencian que la sociedad estadounidense tiene un grave problema que, al mismo tiempo, se erige como una de las bases más intrínsecas de la cultura de una nación que siente pasión por todo aquello que se mueve en torno a la pólvora y a las balas. No es extraño ver cómo niños de muy corta edad acuden con sus padres los fines de semana o en fechas señaladas a campus o convenciones en los que se les permite comenzar a practicar el tiro con toda clase de armamento, algo impensable en otros países, pero que en EEUU se ha asumido con total normalidad y permisividad a lo largo de décadas, pasando de generación en generación, como una seña de identidad que forma parte de la tradición y que un número importante de la población protege con convicción y orgullo. 

Cualquier individuo mayor de 18 años puede adquirir un arma larga sin ningún problema, llegando a situarse la barrera en los 21 si se trata de las cortas. Dependiendo de los estados las exigencias de las licencias pueden variar y ser más restrictivas, pero lo cierto es que en la mitad de los mismos no se pide nada más allá que haber cumplido con la edad estipulada o no ser extranjero.

Tras la masacre de Texas, como viene siendo habitual cuando suceden casos similares, el presidente, Joe Biden, -ya lo intentó Obama sin éxito- instó a hacer frente a los grupos de presión -lobbies-, entre los que destaca la Asociación Nacional del Rifle, que se oponen a cualquier limitación. Medio centenar de republicanos del Senado bloquean desde hace dos años una legislación básica aprobada por la Cámara Baja sobre la revisión de antecedentes penales para su compra. Su solución no pasa por controlar su uso, sino por proporcionárselas a más gente, entre ellos a los profesores para que se puedan defender.

Cada vez que hay una matanza las acciones de las empresas de armamento disparan su cotización. Resulta dantesco cuando las armas de fuego son la principal causa de muerte entre niños y adolescentes en EEUU.