Carmen Casado Linarejos

Epifanías

Carmen Casado Linarejos


Ley Trans

10/07/2022

Es la última ley promulgada por el nefasto Ministerio de Igualdad y aprobada en Consejo de Ministros. En ella encontramos situaciones absurdas que, si se cumple, va a tener consecuencias muy negativas en nuestra sociedad. Dejando a un lado toda consideración moral, la aplicación de esta ley que autoriza a niños de doce años a someterse a un cambio de sexo con el único requisito de su voluntad, me parece un disparate de dimensiones colosales. La adolescencia es una etapa de la vida humana en la que no se está seguro de nada. Se caracteriza por la adopción de una actitud rebelde y, en muchas ocasiones, caprichosa. Se cambia de opinión continuamente, pero, generalmente, sin consecuencias graves. Pero esta malhadada ley lleva al joven que ha decidido cambiar el sexo con el que ha nacido a una situación irreversible. Una vez ejecutado el cambio, ya no podrá cambiar de opinión, lo que puede conducirle a la frustración e infelicidad. Y no hablo de los problemas sanitarios que pueden producirse al afrontar una situación que puede tener consecuencias indeseables. En cuanto a los problemas sociales que pueden derivarse son numerosos y de no poca gravedad. En el mundo deportivo ya se han planteado situaciones complejas e injustas cuando una persona documentada legalmente como mujer, pero con una complexión y fuerza propia de un hombre, compite en pruebas deportivas femeninas. Por no hablar de la violencia que se desarrolla en las cárceles  con la presencia de aquellas personas transexuales. No es este un asunto que deba tomarse con la ligereza y sectarismo con que se está haciendo. Da la impresión de que todo vale -incluso jugar con la salud de las personas- si se puede obtener un beneficio político, como es el caso. En esta sociedad superficial, acelerada e incierta, controlada y dominada por las redes sociales que nos sumerge en un peligroso juego de expectativas que pasan rápidamente, hemos de ser especialmente cuidadosos con la toma de decisiones tan determinantes como es el deseo-tal vez efímero-de contradecir a la naturaleza. No es, como dice la propaganda que incita al cambio de sexo, como ir al restaurante y pedir la carta. Es algo más serio.