Jesús Fonseca

EL BLOC DEL GACETILLERO

Jesús Fonseca

Periodista


El trato atroz a los ancianos

14/06/2020

La civilización del descarte, que es la que nos toca vivir, pasa de los mayores. Como ya no sirven para la plantación, no cuentan. Son las reglas del devastador modelo consumista en el que malvivimos. Lo de las residencias, no tiene justificación posible. Pero lo peor es que, nuestros «amados líderes», ocupados en insultarse los unos a los otros, siguen sin poner remedio: trabajo precario, escasez de personal, sueldos miserables y deficiente preparación. Un prometedor nicho de empleo desperdiciado.
Olvidamos que, una sociedad, es más o menos civilizada según trata a sus ancianos. La tradición árabe, tan sabía en asuntos como este, advierte por boca del poeta Gibran: «Buscad el consejo de los ancianos, pues sus ojos han visto el rostro de los años y sus oídos escuchado las voces de la vida». Es el amor a los más mayores, el que da la medida de una cultura.
Recuerdo algo que me dijo el yogui Francisco Pedro, en su refugio ayamontino: «si el mozo supiese, y el viejo pudiese, no habría cosa que no se hiciese». Así es; pero para este mundo relativista, que reniega de verdades eternas, todo esto son «antiguallas», como decía mi añorado maestro José Jiménez Lozano, que tanta falta me hace.
Nuestra sociedad, tan atenta a otras mamandurrias, no valora la experiencia de los ancianos, ni es sensible a las debilidades de una edad en la que, a nuestra historia personal de duelos, añadimos los zarpazos en la salud física y psíquica. Pero los jóvenes —¡sorprendentes criaturas!— creen que nunca llegarán a viejos.
Las cifras de muertos en residencias, a causa del Covid-19, nos siguen estremeciendo. Algo que no habría sucedido, se diga lo que se diga, sin el convencimiento de que sus vidas se pueden sacrificar en beneficio de otras —«sanidad selectiva», lo llaman—, cuando la ética humanitaria y el talante democrático, se fundamentan en la no distinción entre personas; tampoco a causa de su edad. Un auténtico crimen, como tantos otros.
Pero la vida de los mayores es algo residual y así es tratada. Nada nuevo. Los nazis y los hijos de Stalin, ya se emplearon a fondo en estas prácticas exterminadoras, con millones de niños, mujeres y hombres. Pero que todavía las justifiquen personas que se autoproclaman «pro vida» estremece, ciertamente. Quien rebaje el valor de una existencia frágil, es alguien que despreciará cualquier vida. Como los camaradas rojos y los camaradas pardos.