Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Pies rotos

30/06/2022

          


Confieso que me estoy volviendo más insensible. Leo la noticia en la prensa. De nuevo, la brutalidad del hombre sale a flote, y agrede físicamente, o mata, a otros seres humanos que quieren entrar al país deseado para vivir mejor con su trabajo, sí, porque son jóvenes y tienen cualidades para ello. Miremos ahora desde el otro lado: ¡Quién sabe si la capacidad de resistencia de quienes están enfrente, y con órdenes tajantes de no dejar entrar en nuestro especialísimo paraíso a los que sí lo quieren y para ello lo intentan como pueden, con piedras, por ejemplo, pues han llegado hasta el límite de presión y ya no pueden con su alma!  
Pero, hablaba de mi incapacidad para sentir dolor por la muerte, innecesaria, de jóvenes llenos de ilusiones. Pasé página y avancé. Necesitaba saber qué más ocurría en el mundo. Un par de horas pude dedicar el pasado domingo a leer la prensa. Sentí que mantenía la calma mientras leía en el resto de páginas que conforman el periódico. No me conmoví. Ni tan siquiera el que, a pleno sol, durante más de diez horas, los cuerpos de más de un centenar de personas, permaneciesen tiradas en el suelo; junto a los muertos, al menos 23, que ya no sentían el fuego abrasador de este verano, último para ellos. Sí, algo me pasaba porque no me tembló el pulso. Seguí avanzando en la lectura sin más. 
 Reconozco que, en ese momento del 26 de junio, no tuve  intención de pensar en la sangre, en la piel desgarrada, en los pies rotos. Fue más tarde, a lo largo del día, cuando la noticia me llegó de nuevo, a través de la radio y de la televisión. Entonces, comprendí la inmensidad de ese dolor. Pensé en lo ingrata que es la vida para quienes se arriesgan a emprender un viaje en busca de trabajo, lejos de su país, de su entorno familiar, asumiendo, de antemano, los peligros de todo tipo a los que se exponen e, incluso, a la muerte que espera, agazapada, en tierra o mar. 
Tomé conciencia; me interrogué con inquietud sobre mi modo de reaccionar. Si en otras ocasiones la indignación, la rabia, el malestar, el dolor, la impotencia, la pena, habían nacido espontáneamente, ¿qué me ocurría? No quiero pensar que mi actitud denote indiferencia. El dolor debe despertar sentimientos solidarios. Si perdemos valores humanos, ¿qué nos queda?