Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


Carta de amor  

04/07/2020

     
Singulares son las piedras del camino que acompañan, en su quietud, al que atisba en el horizonte el puerto en el que habrá de descansar, con las piernas hartas de kilómetros pero rebosantes de vivencias. Incansables. Y, aunque inertes, brindan muy alto con la cerveza del caminante al final de la jornada.
Y apareces, perenne… diseñando una joya de momentos inolvidables, de amigos de colegio, de futbolín mirándola, a ella, de reojo… qué preciosa… qué nervios… de momentos de terraza, aunque corra el aire y nos acurruquemos en el abrigo apurando el rato para que no acabe nunca, porque se sabe eterno en nuestras memoria… de conversaciones al oído arraigándolas tan íntimas en el cosmos de una barra con el codo apoyado y la mirada perdida en el infinito… de ramos de flores que aparecen por sorpresa, acompañando a los postres, derramando una lágrima de emoción por la buena nueva. De vida.
Tiemblan los parpados recordando ese beso nunca dado, siempre soñado, al amor de una copa de vino que tiñe los labios de esa tinta roja que escribe letra a letra, segundo a segundo, acorde a acorde, la historia de nuestra existencia…
Y nos meces en la cuna de nuestro pasado, aunque ya peinemos canas… porque el mosto con aceituna de aquel pipiolín que despierta a la vida se ha convertido en añejo Dry Martini al final de la jornada tomando notas de ideas inabarcables en la moleskine del atardecer, ocaso que se renueva al comienzo de cada canción, al azar del parroquiano, en la gramola de nuestras almas.
Y, de repente, un «no le cobres», aquel «ponles una ronda», o el definitivo «está to´pagao» que endulzan las mieles de la amistad, del compadreo, del afecto que sólo conocen las pinzas que acarician los hielos que enfrían los combinados, enraizados en nuestra esencia más profunda que moldea nuestro carácter de lo que no se aprende en la escuela.
Porque nuestra historia de amor por la vida se escribe en cada persiana de bar que se alza cada mañana hacia un firmamento de costumbres que relatan la crónica costumbrista de nuestro bagaje vital.
Porque un te quiero en un bar nunca se olvida, aunque los caminos se distancien.
Hostelería… siempre tuya, La Humanidad.