Ha oído Tiburcio que se llevan los cuadros, tanto para la camisa como para los pantalones. Aunque lo está leyendo en una revista rosa que ya ha perdido el color y la mitad de las páginas. Las que faltan, ardieron en el invierno que no hubo y, las que están, amarillean en abril como si estuvieran a la solana de un verano adelantado. Yo creo que tiene más de veinte años. Y te quedas corto, me dice. Entonces ya no es tendencia, aunque ahora se lleva lo que te pongas. ¿O es que se quiere modernizar? No, salta tajante. Es por darte conversación con temas triviales, puntualiza. Si quieres te saco programas electorales que tengo guardados desde principios de los ochenta. Te daría la risa, porque, leídos con perspectiva no sabes si hablan de lo mismo o lo dicen con otras palabras. Paso, prefiero seguir con la moda. Así, vamos preparando el café, a la sombra del pino en el patio, porque las temperaturas son propias del estío y no se quiere imaginar si agosto será de agua o de infierno. Eso, a los cuadros, a los de pintar si quieres, majo, que ahí podemos preparar trajes a la medida, sin sastre ni desastres. A nuestro antojo y manera. ¿Quiere pintar don Tiburcio? Yo ya pinto poco, pero si pudiera, un par de brochazos esbozaba a pincel desbocado. Un poco de verde natural para dejar un campo de amapolas sin malas hierbas, un toque de amarillo para redimir el amanecer de las tierras añejas y un puntito de ocre para difuminar la cernada volandera. Me parece una composición un tanto abstracta, remarco (nunca mejor dicho). Entiendo, aboga por lo impreciso, tal vez se va por el cubismo. Para cubas, las del vino, para el agua, caldero de zinc. ¿Lo ves claro? Por supuesto, estimado y directo amigo de batallas. Se ríe. No ve guerras, ni rendiciones de Breda. A lo sumo, se pone la mano en el pecho y sube la cara para estilizar su efigie egregia. Culmina: no se llevarán los cuadros, pero hay situaciones pintorescas que bien merecen ser retratadas. ¿Te gusta el perfil o prefieres otro paño? ¿Perdón? Que me acerques la rodea para pasar la silla que tiene mierda de paloma. ¿Es de zurita? Es palomina. Antes subía al campanario y bajaba siete sacos. Para la huerta, ¿sabes? La tenía radiante y lucida. Ahí sí que daba para bodegón.