Carmen Casado Linarejos

Epifanías

Carmen Casado Linarejos


Prohibir

19/06/2022

Es un verbo que suele gustar a los políticos, sean del color que sean y que, aunque traten de disimular, sale a la superficie en ocasiones. Durante la semana pasada se trató en el Congreso de los Diputados la propuesta de prohibir o no, la prostitución. Discusión bizantina por no decir absurda. Sería como, por ejemplo, prohibir el hambre en el mundo. Cobrar por la prestación de servicios sexuales es la profesión más antigua del mundo con la que es imposible terminar. Otra cosa es acabar con las nefastas adherencias como el proxenetismo y la explotación de seres humanos en régimen esclavista, ambas prohibidas y perseguidas por la ley. Pero nada puede impedir que una persona-hombre o mujer, aquí hay igualdad-disponga libremente de su cuerpo para obtener un dinero, si así lo desea. Lo que sería deseable es la regulación de dicha actividad. Propiciar la existencia de unas normas que den acceso a las personas con esa dedicación a la Seguridad Social y exigirles su contribución a la Hacienda pública en función de los beneficios obtenidos. Cualquier persona, hombre o mujer. Insisto: aquí no hay diferencia entre ambos sexos, puede disponer de su cuerpo voluntariamente para obtener un dinero. Mucho se ha insistido en ese punto cuando se defiende la libertad de las mujeres para abortar, pero, de modo increíblemente hipócrita se niega esa libertad en las relaciones sexuales, en las que, por otra parte, tanto se subraya en esa estúpida ley de  libertad sexual, también conocida como la ley de solo sí es sí. Esa ley de la señora Irene Montero se centra exclusivamente en las mujeres, silenciando el hecho de que también los hombres sufren acoso y violencia y se dedican a la prostitución. En este caso no hay diferencias, ni nunca las ha habido. Otra cosa es que se hable menos de su existencia. Sorprende la reacción de los diputados en el tratamiento del tema. Votaron en contra de la prohibición los representantes de los partidos minoritarios, mientras que el resto se manifestó, sin argumentar de modo convincente, a favor de la prohibición. Alarde de hipocresía.