Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


En quién confiar

13/03/2021

Escuchar las noticias y echarse a llorar es todo uno. Viene siendo la tónica habitual desde que mis abuelos lo llamaban “el parte”. Bueno… desde que los abuelos del primigenio Homo Hábilis se contaran los infortunios a su manera. Las debacles son más noticia que las sonrisas y el morbo de la desgracia sostiene la atención más que el triunfo de lo ajeno. Somos así.

Menos mal que la fortaleza del ser humano ante su propio masoquismo y su innata capacidad de adaptación al medio (y a los medios) nos dejan la línea de flotación a la altura de las napias y podemos seguir respirando.

Lo que nunca pudimos imaginar es que leer los titulares pudiera suponer un enojo de tal magnitud que la confianza en algún electo, designado democráticamente en un estado de derecho, valiera menos que el papel higiénico después de usarlo.

Nos hemos enfrentado a robos manifiestos a tecla de paraíso fiscal armada, corrupciones y corruptelas de magnitudes épicas, abusos de poder medievales del siglo XXI, títulos falsos a modo de chuleta de secundaria que engordan currículos porque no había de dónde sacar, mordidas con dientes de oro en los cajones de mil despachos, empleados del hogar sin dar de alta por parte de los que claman contra la esclavitud moderna repartiendo pagas sin sudor de por medio, becas cobradas sin trabajar lo becado ni pisar en meses por la entidad becante, líneas rojas teñidas de negro al pisotearlas, mentiras a la cara y donde dije digo… o, como La Jurado, La Más Grande, por la sinvergonzonería que supone la atribución, venta y aleccionamiento de la más mejor moral para llegar arriba a toda costa, y en la que han orinado y escupido al escriturar el chalet de Galapagar en cuanto han llegado al poder, masacrando, por si esto fuera poco, otra de sus ultramorales promesas, la del multiplicador por tres máximo del SMI en sus sueldos… claro, para poder pagar la mansión y al servicio. Qué tragaderas, su abnegada escolta.

Pero cuando lees y ves que el señor que dicta las normas sanitarias en Castilla y León que están suponiendo la ruina de tantos y que así lo han manifestado por activa y por pasiva, no es pulcro y meridiano en su cumplimiento cuando se sienta en una terraza generando tanta sospecha, no culpo a nadie si el enojo del que hablábamos al principio se torna en odio y se exige una dimisión.