Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Planeta prohibido

24/06/2022

Es imposible no enfadarse por el peso del pesimismo existencial que asola a Occidente, aunque son igual de molestos los esfuerzos de los intelectuales de izquierda o ateos que describen un universo de color rosa. Este segundo argumento vendría a decir que la humanidad nunca ha estado mejor, ya que un pobre moderno tiene una esperanza de vida y calidad muy superior a la de un rey hace dos siglos. La violencia cotidiana es menor en datos estadísticos que cualquier época pasada. Los ejemplos abundan.

El relato es sugerente y encima viene apoyado por la contundencia estadística. Ese guarismo frío y aséptico que dice la verdad inapelable. No seré yo el que reniegue de la realidad numérica, porque quienes lo hacen, se desenvuelven en un terreno intelectualmente peligrosísimo. Pero hay algo molesto en el argumento. ¿Si todo es tan positivo por qué este malestar social? ¿por qué tenemos una extraña sensación de decadencia? Solo el temible KGB era consciente de la crisis existencial de la Unión Soviética, mientras que un iluso revisionista puede creer que la desaparición de la U.R.S.S. fuese una tragedia. Nosotros intuimos que algo no marcha y los gobernantes se niegan a verlo.

Me temo que el problema se centra en unas falsas expectativas sobre cuál debe de ser el resultado de un sistema. La democracia como modelo político no garantiza la prosperidad económica, solo se limita a impedir el recurso a la fuerza para cambiar a los dirigentes, limita la corrupción y suele respetar la propiedad privada. Cierto es que durante el siglo XX había un binomio perfecto entre democracia y bienestar económico, pero la tecnología como la incompetencia ajena explica parte del resultado.

Los individuos no se mueven solo por claves económicas, sino que tienen otros impulsos y motivaciones más nobles o tristes. Las mentes más pobres de espíritu prefieren el daño propio si con ello evitan el beneficio ajeno; este sentimiento es irracional, pero la envidia forma parte de nuestra condición. El miedo ha sido un motor social y político que cualquier dictador de medio pelo conoce a la perfección.

Nuestro error colectivo ha sido decir a los individuos que la democracia es sinónimo de irresponsabilidad y ausencia de sacrificios. No vivimos en el paraíso y tenemos que comportarnos como adultos. Debemos enseñar a la gente a cumplir la ley voluntariamente. Desconfiar del gobernante y de su arbitrariedad es puro sentido común; la libertad nunca salió gratis.