Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Sin rumbo

19/06/2022

Algunos hablan del pavor que les provoca acudir al dentista, pero hoy la visita al odontólogo es peccata minuta comparada con llenar el depósito en una estación de servicio, algo cotidiano que se ha convertido en un auténtico suplicio para la gran mayoría de los hogares y los profesionales en España desde que arrancó este 2022. El precio de los carburantes continúa disparado y la tendencia es que, según prevén los expertos, puede seguir repuntando a lo largo de un verano que ya asoma por la esquina y que aumenta de manera exponencial el número de trayectos que se realizan. Es llamativo que el barril de petróleo de los países de la OPEP costara hace 14 años -hablamos de la crisis de 2008- unos 22 euros más de lo que marca en estos momentos y, sin embargo, el litro de gasolina era un euro más barato entonces que ahora. Nos costaba la mitad. ¿Qué es lo que está pasando?

No hay una única razón que haya provocado que la situación llegue al límite, sino que es una confluencia de varias causas que han generado la tormenta perfecta. Cierto es que el precio de referencia que se utiliza es el del Brent, un crudo que hoy no está en máximos, pero que al cotizar y abonarse en dólares está perjudicando mucho más a países compradores cuya divisa es diferente, como son la UE y el euro. El parón por la pandemia y el frenético aumento de la demanda posterior de oro negro con el regreso de la actividad, sumado al conflicto que se está viviendo en Ucrania con la invasión rusa y el desbordamiento de las refinerías son los principales responsables de las constantes subidas. No hay que olvidar el incremento del margen tanto de comercialización como de producción, así como la acumulación a lo largo de los últimos años de la carga impositiva en el caso de una España que, pese a las medidas impulsadas desde el Ejecutivo, está pasándolo francamente mal.

El Gobierno decidió el pasado 1 de abril impulsar un plan anticrisis que, entre otras medidas, estaba encaminado a tratar de paliar el efecto de la subida del precio de los carburantes con una subvención por litro de 20 céntimos para todos los ciudadanos. Sin embargo, dos meses y medio después de su entrada en vigor es indudable que la decisión, que se prorrogará como mínimo hasta finales del mes de septiembre, está teniendo el efecto contrario al esperado. Los números están ahí. España lidera el incremento del coste de los combustibles en Europa -las tarifas están por encima de la media de la UE-, que ya son más caros que en Italia o Alemania. Desde que se aplica el descuento, la gasolina de 95 octanos ha subido 23 céntimos en territorio patrio, reduciéndose 13 en el país teutón. El incremento ha sido desorbitado en el último mes, con un repunte superior al 4 por ciento registrado la pasada semana, otro nuevo récord histórico que parece no acabar de tocar techo.

Hay un estudio publicado recientemente que sugiere que la medida del Ejecutivo está mal diseñada y que ha permitido que las petroleras hayan subido cinco céntimos el litro, destinándose parte de la ayuda estatal a mejorar su cuenta de resultados. Además, la falta de competencia ha propiciado también, al albur de los beneficios de la subvención estatal, que los productores encuentren un nicho para inflar los precios. Aunque no hay que obviar, y es lo más sangrante, que lo que más repercute en el coste final del consumidor son los impuestos, que suponen alrededor del 50 por ciento de lo que se abona por repostar; un auténtico disparate.

Ya no vale con que nos sigan contando la teoría del cohete y la pluma. Esa que sostiene de manera fehaciente que la subida del petróleo tiene un efecto directo en el precio de la gasolina -muy rápido y contundente-, mientras que la bajada del oro negro no provoca el mismo resultado en los carburantes, sino que el descenso es menos acusado y mucho más lento. La realidad es que los ciudadanos en España abonan una cantidad ingente de dinero en impuestos. 

La situación económica es inquietante. Nuestro país ha superado en tres meses el objetivo de deuda pública para todo el año, con 1,45 billones de euros, la cuarta más alta de la UE, y su prima de riesgo empieza a desbocarse. El BCE ya ha anunciado el fin de la barra libre de los tipos de interés y en julio el precio del dinero subirá 25 puntos básicos, para en septiembre volver a incrementarse, lo que complicará la financiación y puede acabar por provocar impagos y la llegada de los hombres de negro desde Bruselas.

La economía preocupa cada vez más. No hay rumbo. Lo que se deja de pagar por un lado, se acaba sufragando por otro. La cesta de la compra -máximos en 28 años- o la factura de la luz -aún con la excepción ibérica- están registrando repuntes históricos y el Banco de España ya ha avisado que siete de cada 10 empresas prevén elevar sus precios tras el verano. Las familias vulnerables y las denominadas colas del hambre crecen a diario. ¿No hay nada que se pueda hacer para amortiguar y poner freno a esta deriva?