José María Ruiz Ortega

Estampas rurales

José María Ruiz Ortega


Cocina de la abuela

04/06/2022

Uno de los placeres que pretenden encontrar algunos de los que regresan al medio rural de sus antepasados es la recuperación, si no de la gastronomía, sí de sabores, olores y alimentos sazonados en la cocina de la abuela. Eran guisos distintos, en los que se aprovechaba y transformaba cualquier alimento básico, desde el corral como granja familiar hasta el pequeño huerto. Con estos calores prematuros del mes de mayo se ha visto algo animado el ambiente rural de los fines de semana, lo cual siempre es una esperanza, no de repoblación, pero al menos de habitantes eventuales que recuerden anécdotas, historias, bromas y simples cosas que sucedieron en la aldea.
Me cuenta Ezequiel, que fue relojero y cuidador de vacas comunales, al que alguna vez le sobraron piezas y le faltó algún ternero, cómo recuerda la cocina de su abuela: era la estancia más grande de la casa, un banco de madera de pino donde de niño me subía para mirar por la ventada del patio. La trébede presidía la otra ventana más alta y angosta con vistas a la calle, con cancela de hierro bruñido por la intemperie del cierzo. Había un espacioso armario guardando utensilios, el tarro de blanca harina, un botellín de vinagre y una vajilla desportillada. Al otro lado de la gran mesa central, un arca intocable, con diversos víveres y una alacena de intendencia heterogénea: azúcar, sal, etc.
Como Ezequiel es muy de leyendas y sucedidos locales, no sé si es verdad que recuerda lo que relata o lo inventa para mantener la atención y conversación. Dice que una vez soñó que la destartalada cocina de su abuela se había transformado en un lujoso restaurante con las sopas avahadas, al estilo de Jesús Plaza, y como aperitivo una fuente de cangrejos en compañía de un plato de ancas de rana en salsa roja. En una cazuela de barro, un lechazo asado asomando la pata por la boca del horno, escoltando una aromática tarta de manzana. Y es que Ezequiel tiene una imaginación consolidada a fuerza de la soledad de pastor de vacas en los chozos de  montaña. Dice que siempre le acompañó la lectura en el campo, no se cansa de aprender porque nunca le faltó lectura en el morral.  

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