Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


Roturas

04/06/2022

¿Existe algo más frágil, tierno y que precise de más cuidados que un bebé recién nacido? ¿Depositarían la responsabilidad de restaurar Las Meninas en un manazas acreditado? ¿Le permitirían meterle mano a su miocardio al de los tembleques repentinos? 
Cada una de estas suertes requiere de unas habilidades, mañas, diligencias y esmeros que se antojan más que imperiosos si el resultado que se persigue es el que tiene que ser.
Salvando las distancias y relativizando las responsabilidades, en la hostelería, la dejadez en las maniobras o el desconocimiento de los usos puede ocasionar un agujero económico en forma de roturas que contribuya a que el hoyo sea cada vez más profundo, cuando, en muchos de los casos, son más que evitables.
Desde depositar los hielos con suavidad y mimo en una copa de cristal fino al preparar un combinado, adviertan que digo depositar, hasta realizar el mantenimiento de las cámaras de frío, las cavas de vino o los filtros del aire acondicionado, pasando por manejar con cierta dulzura la bandeja que se introduce repleta en el lavavajillas. Existen copas de 'a veinte la unidad' o platos de billete verde. Calculen el destrozo.
Todavía, de cuando en cuando, se me viene a la cabeza, y seguro que ustedes han contemplado un extremo similar, aquel vaso de tubo en el bar de un tanatorio madrileño adornado por cientos de esos añejos chorretes blancos ya imborrables como los anillos del tronco de un árbol que desvelan los centenarios del calendario. Supongo que aquella marca de vajilla echaría el cerrojo ante una amortización tan fenomenal. Cuántos funerales habrá llorado aquel vaso… 
Las facturas mensuales de vajillas, reparaciones y roturas varias, y siempre atendiendo a la imperfecta condición humana, justificándola y asumiéndola, podrían verse minimizadas con el conocimiento, la concentración y el entrenamiento de las destrezas en la barra del bar. Que ninguno nacemos aprendido, pero muchos pocos hacen un mucho ingente que puede inclinar la balanza del lado de un desenlace empresarial fatal.
No hagan como aquel, por favor, que cada vez que masacraba una copa y se convertía en el centro de las miradas por el estruendo emitido, la levantaba al cielo y vociferaba descojonándose… ¡otra!
Él no las pagaba. Un poquito de por favor, manos de gario.

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