Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


El desahogo de la impunidad

04/10/2020

Nadie nos enseña a afrontar la muerte. Sabemos que forma parte consustancial de nuestra existencia, pero no hemos aprendido a percibirla con cierta naturalidad. La muerte nos genera desconsuelo, vacío y una emoción contenida y abrupta. Por eso, el reciente fallecimiento, a los 88 años, de Joaquín Salvador, universalmente conocido como ‘Quino’, me ha tocado el corazón. He pensado también en la muerte de Marcos Mundstock, de Les Luthiers, que llegó en pleno estado de alarma y, antes, en la de su compañero Daniel Rabinovich, y me doy cuenta de que Argentina tiene mano de veras para los genios, y no sólo en el fútbol.
Pero la nostalgia no impide la oportunidad de propinar unas bofetadas conceptuales a muchos de nuestros gobernantes con la inestimable ayuda entrecomillada de Mafalda, el personaje de Quino por antonomasia, ya que ‘La ventaja de estos desahogos es la impunidad’.
Trato de hallar en el elenco de responsables públicos a alguna mujer que se acerque a Mafalda y no encuentro trazas de ese tipo de personalidad, pero sí me vienen a la mente peligrosas asociaciones con nombres propios y sentencias como ‘El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta’. Adivinen a quién me refiero. Lo sé, y con razón me dirán que ese perfil se ajusta a muchos personajes de la vida pública española, pero no podemos obviar que fuimos nosotros quienes los elegimos, en todos los estratos administrativos, y que, por el momento, toca secar las lágrimas derramadas.
Miro a mi alrededor y salta a la vista la incredulidad mayúscula de la gente ante todo lo que está ocurriendo en estos días, estas semanas. Quizá sea un mecanismo de autodefensa social que hace pasar por despreocupación lo que realmente es la mayor angustia vital que hemos experimentado como sociedad; mejor dicho, que experimentamos aún.
El problema es que, por el camino, entre el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, asistimos a espectáculos políticos indescriptibles y abyectos. ‘A fin de cuentas, la humanidad no es nada más que un sándwich de carne entre el cielo y la tierra’. Y, además, se lo terminan comiendo los más pudientes.
Mientras, no son pocos los españoles que tragan saliva, intentando vislumbrar un mínimo futuro laboral, familiar y sanitario. Un escenario tal real como que la verdadera criptomoneda de algunos egregios prebostes de la cosa pública, la más rentable inversión a futuro, y que no es otra que controlar la dosis de miedo que padece la población. Mafalda escucha a su padre hablar de una función en la que ‘son todos buenos actores y dicen que el espectáculo es muy divertido’ y piensa que van a llevarla al Congreso.
Y les confieso que a la vez que procuro seguir todas las recomendaciones e intento informarme acerca de todos los pormenores del coronavirus, me pasa como a Felipe, no González, sino el amigo de Mafalda, porque ‘Me siento importante compartiendo la ignorancia con los científicos’ y pienso: ‘¿Por qué habiendo mundos más evolucionados yo tenía que nacer en este?’
Recuerdo perfectamente las primeras tiras de Mafalda que leí y cómo fui consciente entonces de que no llegaba a captar el mensaje en toda su amplitud y primitivismo.
Ha pasado casi medio siglo y, en realidad, me siento igual. Quizá capte un poco más las claves de nuestra existencia por el entrenamiento emocional e intelectual, pero, en el fondo, capto mucho menos por la pérdida de frescura e inocencia. ‘Hasta mis fragilidades son más fuertes que yo’.
Gracias, Quino.