Antonio Álamo

Antonio Álamo


Anécdota

06/10/2022

Hay una anécdota ilustrativa sobre la ligereza con la que a veces se afronta la realidad. Es intrascendente pero quizá sirve también para apreciar la escasa atención que se presta a las palabras, especialmente si no las pronuncia un personaje con proyección pública. Y puede ser oportuna pero produce pavor. Data de febrero de 2009 y se produjo en Valladolid en un acto público donde se entregaba un premio nacional. En el escenario una persona aludía con cierta sorna al rango que el presidente del gobierno otorgaba al país –séptima potencia mundial, según sus palabras- y advertía tanto sobre la imposibilidad de que colonizáramos en breve Alfa Centauri como sobre el riesgo inminente de que la crisis nos obligara «a poner los pies en tierra de una vez por todas». Al hacer una pausa en su intervención se escuchó un discreto «¡pero qué cosas tiene Fulanito (omito el nombre)!», pronunciado desde la primera fila. La de las autoridades.
Dio la casualidad que entonces ya se sabía, salvo que los ciudadanos de todo el planeta estuvieran sordos, ciegos y mudos, que el 15 de septiembre del año anterior se había producido una catástrofe financiera internacional, recuerden Lehman Brothers, comparable a la del crack del 29. Fue citar el vocablo crisis desde el atril y todo indica que por un instante pareció que Satanás se había reencarnado en la persona que lo usó. También puede ser, otra hipótesis, que quienes lo escucharon dieran por hecho que tratándose de ciudadanos de la reserva espiritual de Occidente ese tipo de catástrofe chocaría con la costa gallega –venía del Atlántico, no lo olvidemos- y a lo sumo mojaría las rocas. En otras palabras, daban por hecho que estábamos a salvo.
Ahora, con otra crisis, geopolítica esta vez, estamos a la espera de que alguien nos explique cómo va a ser el alcance de la rebaja de impuestos y cómo, disponiendo de menores ingresos, va a mantener el Estado ciertos servicios esenciales como la sanidad o la educación, entre otros. Una alternativa interesante sería la de invertir la recaudación en la bonoloto, la primitiva o la lotería de Navidad. Si sale bien pues todos contentos. Y si sale mal pues nada, le damos al canuto y así nos imaginamos que ya hemos llegado a Alfa Centauri.