Antonio Álamo

Antonio Álamo


Secuestro

27/05/2021

Un avión de la compañía Ryanair que volaba esta semana entre Atenas y Vilna aterrizó en esta ciudad nórdica, capital de Lituania, con un pasajero menos. Cuando sobrevolaba el espacio aéreo bielorruso fue advertido de una supuesta amenaza terrorista gracias a la presencia de explosivos a bordo y fue conminado aterrizar de urgencia en Minsk. Para garantizar su seguridad, frase que tiene cierta guasa en casos así o cuando se lee en el cartel que precede al radar de carretera, el avión comercial fue acompañado por un Mig-29 Fulcrum, caza polivalente de cuarta generación de la fuerza área del país, hasta que aterrizó. Tras aclarar el episodio y descubrir que se trataba de una falsa alarma, el avión de Ryanair despegó con ligereza: un pasajero, el periodista Román Protasévich, crítico con el presidente Lukashenko, quedó retenido en tierra.
Hay que reconocer que ha tenido más suerte que el secretario general de la ONU, Dag Hammarskjöld, cuyo avión fue derribado en 1961, en África y en un oscuro episodio, cuando se dirigía a mediar en el conflicto de Katanga, en el antiguo Congo Belga. Por lo pronto, lo del político sueco fue un asesinato y lo del periodista bielorruso es un secuestro y un caso de piratería aérea.
Al margen de cualquier consideración que deba hacerse sobre la libertad de prensa y el derecho a la información y sobre la inviolabilidad del avión en su condición de territorio perteneciente al país que lo matrícula, también puede examinarse una tercera a la vista de lo que sucede con las fronteras comunitarias. Otro de los exponentes puede encontrarse en las recientes invasiones consentidas en Ceuta y Melilla.
Ambos ejemplos, norteño y sureño, van a servir para poner a prueba tanto la capacidad de reacción de la Unión Europea como su fortaleza, porque en el fondo no pasan de ser dos demostraciones de fuerza, propias de gobernantes autoritarios para quienes los principios elementales en una sociedad libre pueden soslayarse a la medida de sus intereses personales. Queda ahora por conocer la intensidad y duración de la respuesta que ofrezcan los gobernantes europeos porque tanto la comunidad internacional como ambos mandatarios obtendrán, cada uno a su manera, las conclusiones más oportunas.