Fernando Martín Aduriz

Dirección única

Fernando Martín Aduriz


Melancolía

10/09/2020

Hábil juego del melancólico el aparecer alegre, disfrazando su tristeza y camuflando su pena. Mirada melancólica permanente sobre el mundo, chafando planes sociales, siempre con argumentos preventivos.
Starobinski, estudioso de la melancolía, concluyó que las posologías de los melancólicos habían de doblarse para surtir efecto. Es tarea heroica para el psicólogo sacar adelante a melancólicos empeñados en mirar hacia lo ya perdido, eludiendo saber la naturaleza esencial de eso que se va perdiendo. La apuesta melancólica es estructural, faltan recursos simbólicos para acometer los embates, eso que Lacan nombró como el desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de vida en el sujeto.
La insondable decisión del sujeto melancolizado, la senda de auto-reproches y dardos contra el mundo exterior, lleva al exilio o a la salida abrupta del mundo. Un delirio de indignidad, de inferioridad, de veredicto de culpabilidad universal conlleva una vida no vivible. Hay ideales de su yo, la vía para verse amable desde el ojo del otro, que se conmueven, se desplazan, y le conducen a un pegoteo identificatorio a un objeto que sobra. De ahí que en la hipocondría se fije a un órgano supuestamente dañado; de ahí las automutilaciones, como formas de extraer los malos objetos que le molestan de su cuerpo; de ahí su encierro, espacial o simbólico.
Robert Burton, erudito inglés del siglo XVII, supo aislar el espíritu del melancólico en su Anatomía de la melancolía. Hoy, reconocemos el estilo melancólico, por confinarse voluntariamente en una cárcel de tristeza y depresión, de amor por lo de antaño, de nostalgia por el seguro ayer.
«¿Renunciaríamos a navegar, que es caminar entre las estrellas, porque las estrellas no pueden cogerse con la mano?», es la pregunta de Machado, que en Juan de Mairena exclama: «muchos se buscan y casi nadie se encuentra a sí mismo». De ahí que al melancólico se le debe convencer de que no renuncie nunca a seguir navegando, a sabiendas de nuestro seguro destino. Y que no disfrace de alegría y fiesta sus momentos de tristeza. Desasosiega mucho la farsa de un falso melancólico.