Jesús Mateo Pinilla

Para bien y para mal

Jesús Mateo Pinilla


La España que no protesta

07/07/2020


Ya hace años que la parisina Place Pigalle es la articulación donde confluyen los ejes de dos bulevares, Clichy y Margarita Rochechouart, dos avenidas sembradas por un amplio jardín y coches pasando por los lados. En navidad París se viste de fiesta y para celebrarlo se instalaban al principio de Rochechouart, entre la calle de los Mártires y las perdidas callejeras de Pigalle, unas carpas dedicadas al strep-tease donde unas muchachitas de pechos aún incipientes, carnes duras de pubertad con falta de sol y blancas de amenazante tuberculosis, jugaban con sus prendas íntimas interpretando las insinuaciones de un sexo que después venía en un furgón aparcado, para un público casi siempre masculino.
El dueño del chiringuito era El Ruso, un grandullón de mal gesto, con un corte de espejo en la mejilla que hacía que todo rulase como un engranaje. Lo que pasaba entre bambalinas de lona blanca era también parte de aquel espectáculo.  Desde la primera fila se observaba perfectamente. Las chicas dejaban la croque-monsieur de la cena en el suelo, se quitaban una bata guateada y salían a bailar a un sexo que era parte del inacabado sándwich, del frío helado de Navidad parisiense y temor al ruso.   
El escenario era un tablado cuyas ripias no ajustaban, que se arqueaban por la intemperie de cada invierno. Una de las muchachas tropezó en su danza y se vio cómo caía retorciéndose el pie. Apareció el ruso y la chica tras un buen puñetazo que la propinó en la espalda, se levantó y continuó bailando con lagrimones de dolor y aún más pálida de temor, porque el ruso ya había tomado la manguera naranja del butano.  
París vestía de esmoquin, de cortísimas faldas negras, de disfraces y vendas para orgías, de champán y ostras en Pigalle, de turistas que se apelotonaban a la entrada del Folies, de risas y gritos de turistas. Mientras, otro París callaba, sufría, sin despegar los labios.
Ahora nos están enseñando la España de los que no protestan, de las residencias de ancianos, de jardín para visitas, de calladas habitaciones nocturnas y ruidosas levantadas a la que no dejan dar los partes de muertes. Es la España silenciosa.