Jesús Fonseca

EL BLOC DEL GACETILLERO

Jesús Fonseca

Periodista


Los ojos del corazón

11/09/2022

Hoy toca hablar del buen samaritano. Un hombre cuya virtud fue su capacidad para ver al descartado, al golpeado y malherido. Se dio cuenta de lo que más importa  en la vida: de que el otro era él. Discernir y tomar el pulso a las cosas, es el primer paso para  ver y actuar. Dice Pablo d'Ors que «casi todos creemos, no sin ingenuidad, que vemos la realidad. Que la vida es sota, caballo y rey, olvidándonos del resto de la baraja. Pensamos que la vida es, a fin de cuentas, el vestíbulo en el que nos hemos instalado, ignorantes de que tras esa antesala hay todo un castillo por descubrir». Esta y otras muchas reflexiones en torno a la vida del espíritu, son las que agavilla el autor de Biografía del Silencio, en su nueva obra titulada  Biografía de la luz. Uno de esos libros que merece la pena leer y releer. Pero ¿Porqué no percibimos lo que acontece en nuestro entorno?, la respuesta es bien sencilla: porque sólo nos vemos a nosotros mismos, obsesionados por producir y poseer. Seguro que tú mismo, amable lector,  has pensado, más de una vez, que eres y vales en la medida en que produces y posees. 

Pues no. Producir y poseer nos tiene tan ocupados que no reparamos en lo que hay a nuestro alrededor. Nos vuelve ciegos. Y, al final: somos ciegos conducidos por otros ciegos. ¿Es o no es así? Para ver al otro, hay que tomar conciencia de que vamos todos en la misma barca. Cualquier vida está rodeada de necesitados, pero no nos damos cuenta. Lifeder sostenía que «sólo un corazón generoso, un discurso amable y una vida de servicio y compasión, son las cosas que renuevan la humanidad». Para percibirlo y darse verdaderamente cuenta, hay que tener los ojos bien abiertos, ajenos al egocentrismo, al yo y a la idolatría del proyecto personal. «Sólo cuando el ego muere, el alma despierta y comenzamos ver».

Es más: en todo lo que nos rodea el ególatra solo ve su propio retrato. Olvidamos que la generosidad consiste en dar antes que se nos pida. Hay que dar libremente, por puro amor, sin obligación, sin expectativas. Pero volvamos al buen samaritano. Ese hombre, como tantos otros a nuestro alrededor, no es ejemplar sólo porque fuera capaz de estar a la altura y ponerse en la piel del otro, lo que no es poco. Su ejemplaridad, se cifra en que tenía el corazón en su sitio y que, por eso, vio y se conmovió. Sin los ojos del corazón, como recalca Pablo d'Ors, un escritor que crece de día en día, todo el discurso de la fraternidad universal no pasaría de ser un bonito ideal. El amor es sólo uno. ¡Qué diferente sería el mundo si mirásemos con los ojos del corazón! 

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