Los cuales comprenden: el derecho a la vida desde el momento de la concepción y hasta el último aliento; el derecho a la educación y a la cultura desde la tradición, la costumbre, la historia y la fe religiosa de un país o de un continente; el derecho a la dignidad, recto sentido de la conducta humana frente a los demás, en su justa peregrinación por la vida; el derecho al trabajo, razón inalienable de la mujer y el hombre en su devenir existencial; el derecho a la justicia, principio esencial en el continuo ejercicio de la convivencia pacífica en todas las sociedades; el derecho a la libertad, individual e intransferible, legítima aspiración de la persona en toda su plenitud, y que no puede ser impedida por ideologías o distintas formas de pensamiento, pero tampoco puede ser usada como medio de confrontación entre seres humanos o como señal e indicio de incivilización.
Los derechos humanos descritos, brillan con todo su esplendor en las Constituciones de la mayoría de las naciones civilizadas y avanzadas, dentro del contexto del entendimiento y consideración internacional.
Sin embargo, tales derechos forman parte de una fantasía en todos los países que los contemplan, porque los usan a su arbitrio, los pervierten, y los defenestran. En suma, los reconocen y los protegen si no lesionan las ansias desmedidas de poder de quienes gobiernan. Son allanados los derechos humanos, por naciones sin moral ni conciencia alguna, con el fin de lograr los gobiernos que persiguen e imponer formas opresoras, las cuales alcanzan fama por la miseria del pueblo, sin trabajo, sin dignidad, sin libertad, sin justicia, sin educación, y donde solo vaga el adoctrinamiento y la esclavitud física y psíquica.