Antonio Álamo

Antonio Álamo


Detalles

23/03/2023

Esta columna está escrita al anochecer del martes, justo después de que Inés Arrimadas interviniera en el debate de la moción de censura. Su relato dramático sobre la vida de una familia, elaborado con parecido ritmo horario al usado por Eduardo Mendoza en Sin noticias de Gurb, tal vez impactó pero no fue una aportación interesante porque la alocución aprovechó una técnica narrativa conocida, más propia del mundo de la literatura, y porque los problemas cotidianos de los ciudadanos no solo afectan al ámbito de la conciliación sino también a otros de igual envergadura. Por lo demás, cada partido político defiende sus ideas como puede o sabe en situaciones como esta.
 En fin, poco más puede decirse porque hoy jueves estará ya todo dicho y analizado. Por eso es preferible quedarse con algunos detalles, no más de tres. Por lo pronto, la razón de ser de esta moción de censura puede sostenerse en pie pero produce cierta incomodidad cuando su único argumento es echar fuera al presidente sabiendo además que es muy complicado al no disponer de suficientes votos. En segundo lugar, guste o no guste aceptarlo, la costumbre de los continuos aplausos a cada frase de los intervinientes también es legítima pero no solo alarga las sesiones sino que también aburre. Si no se lo ha dicho nadie ya va siendo hora de que al menos lo lean: no les han votado a ustedes para que vayan ahí a aplaudir cada frase que pronuncia su jefe. Es una pena pero lo del culto a la personalidad también ha arraigado en las sociedades democráticas.
Y el tercer detalle. Hace no mucho una dirigente socialista, Adriana Lastra, fue explícita con viejos compañeros de militancia cuando dijo que les escuchaba y añadió lo siguiente: «Pero ahora nos toca a nosotros. Somos una nueva generación a la que le toca dirigir el país». Algo parecido ha sucedido ahora en la moción de censura porque frente a frente estaban un miembro de la generación que gestionó la Transición y los representantes de la actual. Todos los demás. La reacción ha sido misma. Y no hay más. Luego están las preferencias y cada cual tiene las suyas. En mi caso me quedo con la generación con la que hasta hace unos años compartí horas de aulas y libros en la universidad de Valladolid.