Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


... De maiz

24/07/2021

La vida es una tórtola, se dijo para sí y en tono semiseco, paladeando los pensamientos que cruzaban sobre su cabeza y oteando de reojo el nido torcaz que adornaba el alero septentrional de la casa. Vinieron antaño y se quedaron para tiempo, a la busca de una paz que ya no encontraban, quizá, en otros pagos. Y quiso creer Tiburcio  que las maderas y los canes seguían siendo árboles de tendencia conífera y que las palomas ya no eran ratas con alas como muchos las apelaban sin miramiento. Las suyas, iban en par, entonaban plumaje beige grisáceo y matices rosados en cabeza y pecho. Cada vez más atentas, más directas y cercanas, casi picando las migas de su mano extendida. Empezaban a entablar amistad: no estéis donde no os quieren y no hagáis lo que no debáis. Eso. Al menos vosotras, el resto, perdonad, no son de mi incumbencia. Será así porque la vejez me hace tontorrón donde antes veía perdigón y posta. Ya, me lo notáis en el recuerdo de un ayer donde la necesidad no era deporte. Aunque, paradójico merodeo, unos buenos pichones son una maravilla culinaria irresistible. Queo, tranquilas. No va con vosotras, que os veo ya como mensajeras sin tinta ni papel; tal vez porque vuestras frases se desdoblan en giros ligeros del campanario al balcón y sospecho otras culturas en vuestros orígenes que me hacen recordar historias que ahora se diluyen entre las nubes azuladas por el níveo del tiempo. Risas. Pausa. Tortolitos, la pareja que ahora pasa frente a la puerta, desgranados por mí desde la altura impenitente. Porque hoy está por mezclar linajes y razas, y no le importa nada. Con nadie se mete, a nadie hace daño. Simplemente respira hondo, en su juego de damas, de blancos y negros, de terminar la jugada. Literatura solitaria como terapia ocupacional, deseando que se revuelva el cierzo para que el aire siga erosionando sus rasgos, tanto, reconoce, como para que un día sean barro y polvo y también puedan alzar volada desde el nicho de la viña y dejar atrás el quicio de la segunda planta. Es su escenario natural, de palo y fuste, de barnices sin veta, de pino en lo real, de nogal en el aguante, de roble en su caminar vital. Cada loco con su tema, me dice al subir por la escalera. Asiento y me pasa la bota. Sea.