Antonio Álamo

Antonio Álamo


Latiguillos

16/02/2023

Hay dos expresiones fútiles que se han puesto de moda aunque pueden soportarse con esa parsimonia que nos caracteriza. Son muy sencillas y, además, escuetas; gracias a Dios porque bastante suplicio es escucharlas a diario. Una es de diseño patrio y se ha colado en la vida nacional como se cuelan los virus en los cuerpos o los gorrones en esos actos oficiales regados con un vino español y canapés. A traición. O a hurtadillas. Es tan genuina como un tic… «Como no podía ser de otra manera». Tal lujo lingüístico lo ha promocionado la clase política española pero, teniendo en cuenta que luego ha sido adoptado en los telediarios por varios corresponsales, parece obvio que pronto se convertirá en una de esas expresiones de obligada locución.
Y como no podía de otra manera, la segunda expresión es también merecedora de atención pero por motivos diferentes ya que tiene una carga de profundidad a la que apenas se presta atención hasta que es tarde. Es una sentida descalificación que arranca con un nombre y termina con la petición de que el citado pida perdón humildemente. «Fulanito debería pedir perdón»… La usó Adriana Lastra, contra varios compañeros de partido cuando por fin Pedro Sánchez logró hacerse cargo del liderazgo de PSOE. Y la usó, la usa todavía, Cuca Gamarra, del PP, contra el presidente de Gobierno, insistiendo con unas maneras similares a las de su contrincante política… «Sánchez debería pedir perdón a los españoles», suele asegurar con frecuencia ¿Y por qué?
Cómo decirlo… hace tiempo, un día cualquiera, alguien decidió que ciertas obras de arte, películas, monumentos, cuentos, enseñanzas de profesores en las universidades (hay varios ejemplos) o novelas constituían una ofensa y adujo motivos peculiares en cada caso. Lo acontecido con Lo que el viento se llevó es de rechifla. Y hace tiempo también, pero un poco antes, los talibanes destruyeron los budas de Bamiyán. Con dinamita, por cierto. Es una pena pero -como sí podía ser de otra manera ¿verdad?- da la sensación de que no queremos ver lo que tenemos delante o que, viéndolo, no nos atrevemos a erradicarlo, pusilánimes antes ciertas tiranías algo sonrojantes que suelen ser el preludio de otras cuyas consecuencias son irreparables.