Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Leyenda de leyendas

18/10/2020

Descarta, como hace siempre, una de las bolas que le lanzan los recogepelotas. Sirve para ganar el partido. Nadie esperaba una diferencia tan grande entre los dos primeros del ranking de la ATP. Pero es que Nadal ha estado sublime. Tres botes, una pausa, otros cinco más, bola arriba y, en las décimas de segundo que Djokovic hace amago de ir a la T, Rafa pone la bola en el lado contrario. ‘Ace’. Juego, set y partido. Nadal se arrodilla. Lo ha vuelto a hacer. Gesto de victoria con los dedos índices, se dirige rápido a la red para saludar a su rival, no sin antes quitarse la cinta y hacer un regalo a la grada. Su cara desborda felicidad y la emoción, durante el himno, con la copa de mosqueteros ya entre sus manos, se contagia.
Su decimotercer Roland Garros, su vigésimo Grand Slam, le encumbran en leyenda de leyendas. Ejemplo dentro y fuera de la pista con sus valores y actitud, que han conseguido que su figura trascienda lo que es el deporte y sirva de inspiración a todo un país que, azotado por el coronavirus e instalado en una bronca política continua, saborea una vez más la gesta del mejor deportista español de todos los tiempos. Jamás da una pelota por perdida. El niño de tez morena de Manacor, el sobrino de un futbolista famoso que de crío prefería un balón a una raqueta, ha vuelto a demostrar, una vez más, que con trabajo, esfuerzo y sacrificio se puede lograr lo que uno se proponga, aunque su gesta esté al alcance de muy pocos y hasta hace un tiempo parecía una auténtica quimera.
No todo ha sido un camino de rosas. El dolor se ha convertido en un compañero de viaje a lo largo de su carrera. Él mismo confirmaba hace años en una entrevista que no conocía a ningún jugador de élite que viviera sin alguna molestia física. Lo del mallorquín es un caso aparte. Los múltiples problemas articulares, sobre todo con el calvario de los tendones rotulianos, le forzaron a dejar las canchas. Parones forzados. También, su maltrecho tobillo derecho le obligó a utilizar toda clase de plantillas para adecuar su biomecánica y, finalmente, tuvo que pasar por el quirófano. Sólo hay que ver sus manos en cualquiera de sus maratonianos partidos. Las tiritas que usa estratégicamente en cuatro de los dedos de su  izquierda, dejando libre únicamente el pulgar, para aguantar las ampollas y rozaduras que le provoca su particular manera de empuñar la raqueta, son huellas fehacientes de que el sufrimiento convive con un hombre, cuyo físico y genética aparentan ser una máquina perfecta, pero que ha vivido momentos delicados en los que se ha sentido tan frágil como el cristal.
También suma otras cicatrices. Más emocionales que físicas y que le han hecho pasar una mala racha, un bajón anímico importante. Es humano. La separación de sus padres le afectó de la misma manera que lo que en su día lo hicieron las lesiones. Familiar por encima de todo, a su mente, como a cualquiera que le haya sucedido, le costó adaptarse a una nueva situación en casa y tuvo que lidiar con fantasmas e inseguridades que se reflejaron en su juego, más errático, aunque, aún así, al alcance de muy pocos. 
Pero Rafa lo volvió a hacer. Su infinito afán de superación dio una vez más la vuelta a la situación. Cuando parece perdido, toma aire, ordena su cabeza y vuelve a tocar la gloria de los elegidos. Su nivel competitivo es descomunal. En un deporte con tanta exigencia mental y física, Nadal es el número uno. 
Es meticuloso hasta la obsesión y su proceder es como una especie de ceremonia. Cuando juega una final, siempre llega horas antes a los partidos, especifica él mismo a su equipo la tensión que deben llevar las cuerdas de sus seis raquetas, disfruta de un helado de nueces, se ducha y en el túnel de vestuarios trata de romper a sudar con pequeños movimientos eléctricos, golpeos al aire y saltos, siendo de los pocos jugadores del circuito que entra a la pista con su arma en la mano.
Ya en la cancha, su ritual continúa, con ese incesante tirón de calzoncillo, con su mano colocando el pelo detrás de su oreja antes de servir o alineando al milímetro las botellas de hidratación durante el descanso entre juegos. Todo tiene su porqué. «Si no lo hago, igual estoy pensando en otra cosa y me distraigo. Lo que necesito es estar concentrado y tener la cabeza despierta para pensar sólo en el tenis». 
Rafa es el mayor embajador de la Marca España, un icono mundial y un referente de coherencia, al que se le puede ver achicar barro y agua en Mallorca para ayudar cuando hubo inundaciones y donar un millón de euros a los afectados. Nadal dice lo que piensa y obra en consecuencia. Un enorme soplo de aire fresco, que aleja a la ciudadanía de la zozobra en la que está instalada y devuelve la esperanza a un país que hoy parece vivir en una tragedia continua.