Ilia Galán

Ilia Galán


Palencia brasileira

23/05/2022

Río de Janeiro y Palencia tienen en común una gran estatua de Cristo que bendice a sus poblaciones, una representación del hombre más bondadoso de la humanidad, el hombre-Dios o el Dios que se funde con la carne nuestra, para los creyentes. Para quien tiene fe o para quien de ella carece, se trata de un ser clave en la historia de la humanidad que nos recordó algunos de los más grandes valores, centrando la existencia en amar al Amor (Dios) y a los demás, en donde hallamos la divinidad. Maestro de la compasión, el perdón, el sacrificio por los demás, pacífico, paciente, comprensivo, amable y seguido en el mundo entero por millones de hombres es referente inexcusable y no solo de Occidente. Ahora en Oriente es donde el cristianismo más crece. Sin embargo, las estatuas que lo representan crecen más en las tierras del poniente: la estatua más alta del mundo representando a Jesucristo es la de Swiebodzin, en Polonia, de 36 metros de altura, pero se está construyendo otra en el sur del Brasil, en la ciudad de Encantado, de 43 metros. Curiosa competición de esculturas gigantes, pero el mensaje del Mesías hablaba más del espíritu y del interior, que del exterior, aunque no negase la importancia de lo carnal, de la existencia cotidiana que también vivió como nosotros. Lo más importante no es visible, no es material, pues es el Amor, es Dios, Espíritu.
Ahora quieren hermanarse el Cristo de Río con el del Otero, en una alianza que comparta experiencias sobre su mantenimiento y actividades, gestión y visitantes. Ya no hablan tanto de la fe que los hizo levantar sino de difundir el patrimonio cultural y el paisaje, atraer turistas, monedas... Materia. Menos da una piedra, pero no se olvide su mensaje ni piensen que tal figura moleste a los budistas o a los buenos musulmanes, pues para ellos es un profeta, si siguen de verdad a Mahoma, ni a los escépticos, pues las ideas que recuerda son buenas y su mirada sobre la ciudad nos permite recordar qué hacemos en la vida, cómo la gobernamos o cómo nos perdemos, qué rumbo tenemos o cómo nos olvidamos de lo importante, pues sin amar no hay posible felicidad. El rencor a ninguna parte va.