Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Christmas

17/12/2020

Nochebuena, en abril, Nochevieja en mayo. Para la primavera. Como en Valoria, que toma las uvas en agosto porque un día se quedaron sin luz. O como los universitarios salmantinos, que festejan quince días antes de la Nochevieja para hacer más bulla. Este año no es Navidad por fuera en navidad, sino por dentro. Navidad para el verano, fiesta cuando estemos vacunados. Mientras, solo podemos prometer sangre, sudor y lágrimas.

Tampoco pasa nada si la navidad va un año por dentro, en un ejercicio de introspección que agradeceremos cuando salgamos de esta. Y nos despojamos del oropel y de la farándula y volvemos a casa sin ir, pero con la palabra de amor y el cariño en la distancia. Presos en la prisión que nos ha puesto la pandemia, pagando nuestra penitencia, no querer salir antes de la cuenta. Acaba de ocurrir. Los americanos, tan listos ellos, acaban de inventar el día siguiente a Acción de Gracias: el “día de la desgracia”. Están cayendo como “chinches” después de hacer pamplinas en celebraciones familiares.

Mal día el de ayer. Saltan las alarmas, vuelven los nervios. Primero fue el puente del Pilar (“que no pasa nada”), catapún, en noviembre España a la deriva; luego el de la Constitución, vuelta la burra al trigo. Tropezando por tercera vez en la misma piedra. Los que tenemos que mantener la cabeza fría estamos obligados a ser responsables: dejemos la navidad para la primavera.

Nos faltan pocas semanas. Hay que joderse y aguantar: y se está mejor cada cual en su casa que uno en casa y otro en el hospital. Lección de vida de los hijos a los padres. Enseñanza acelerada de los padres a los hijos. El amor no es material, existe aunque no lo veas, aunque no me toques, aunque no lo hables.

“Love is in the air”. “Last Christmas”. ¿Realmente queremos que sean las últimas?