Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Cientificos

12/11/2020

Corría que se las pelaba ayer la noticia con la que el Diario Palentino disparaba nuestro orgullo paisano de palentinos: Alicia Solorzano, palentina, de familia astudillana, trabaja en el “sancta sanctorum” donde Pfizer desarrolla la vacuna parida por el matrimonio turco griego de BionTech. Preparada ella por otro grande, el burgalés Adolfo Garcia Sastre, un catedrático formado en Salamanca, como Alicia, que también se licenció en esa universidad y ambos llegaron nada menos que al Hospital Monte Sinaí.

Alicia fue fichada por el laboratorio americano que la ha incorporado al proyecto que devolverá al mundo su movimiento. Triunfan en el campo de la biotecnología, una de las disciplinas científicas del presente y del futuro. Son paisanos nuestros que juegan la Champions sin hacer ruido, viajeros de un camino emigrante que en su día otros muchos siguieron, la estela de Severo Ochoa, el sueño de cualquier científico dispuesto a rebatir el aserto de que “inventen ellos”.

Los científicos han denunciado frecuentemente la poca atención que se les dispensa en nuestro país, la parte más floja de la cuerda que tiende a romperse siempre a lo primero. Un raquitismo presupuestario parejo a la poca relevancia social que se les dispensa: España, ese país con más kilómetros de alta velocidad que otros muchos pero en el que investigar es sinónimo de proeza y de pasar hambre.

Los que ayer colmataban los guasaps con la noticia de Alicia y presumian de ella tienen que saber que esto solo es posible si entre todos nos proponemos convertir en disyuntiva la copulativa “pan y circo”. O al menos romper el empate. Nos salvan la vida y las haciendas. ¿Para qué depender de que otro se haga con el talento propio?