Fernando Martín Aduriz

Dirección única

Fernando Martín Aduriz


Violencia

16/07/2020

El acto violento tiene ese estatuto psicológico de implicación de la intimidad del cuerpo, del cuerpo del Otro. Es hacia ese cuerpo en su intimidad y no en su imagen a lo que apunta el acto violento. Se trata de dañarlo, de eliminarlo, de atravesarlo, de descomponerlo, pero no de ir contra la imagen del cuerpo del semejante.
Quizá de todas las perspectivas con que se estudia este fenómeno psicológico (que no sociológico ni histórico) sea esa la más interesante. La lucha a muerte por puro prestigio que diría Hegel, se encamina a lo imaginario, pero la perspectiva de introducirse violentamente en el interior del cuerpo del Otro va en esa dirección de destruir su intimidad.
De las violencias posibles, tenemos la escolar, la violencia en las aulas, pues ha girado: en la escolástica la violencia era propiedad del maestro dirigida hacia el alumno, basándose en la costumbre del maestro y el escriba y su lema ‘la letra con sangre entra’. En la pedagogía de nuestros días, el fenómeno violento se produce entre alumnos, y en ocasiones es propiedad del escolar dirigida hacia el maestro. Un cambio sustancial.
La violencia entre bandas rivales, o entre aficionados futboleros, o entre tribus urbanas es de carácter imaginario, por la búsqueda de la certeza identitaria, como la violencia racial o étnica, o entre nacionalismos, donde el acto violento se sustenta en la dimensión especular. Mientras, la violencia de género apunta a aniquilar el corazón del ser, precisando de un Otro convertido en objeto de desecho, condición necesaria para a posteriori acometer el acto suicida.
También en la violencia del acto del violador se observa lo imposible de eludir la inercia repetitiva de ese goce mortífero que obtiene el violador en su salvaje acto, de ahí lo absurdo de la creencia cognitivo-conductual en poder reeducar mediante las lamentables habilidades sociales. Es el goce, amigos, no es la educación.
La violentia refleja, pues, el empuje a meterse en la vida de los otros, vía cuerpo real. Convendría revisar el canibalismo social que impide dejarnos en paz. Nunca como en nuestra voraz época fue más necesario ese ¡déjame en paz!