Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Hasta la punta de la boina

21/03/2021

Ahora, que se habla tanto de rebaños, por aquello de la inmunidad, me doy cuenta, de pronto, de que hablan de mí, de nosotros. En vez de decir ‘inmunidad de grupo’, dejan bien claro que prefieren llamarnos ‘rebaño’. Y una exposición lleva a la otra, porque es así como nos comportamos.

Como sociedad, puede decirse que somos unos auténticos corderitos y, si no, basta con fijarse en la mera estadística sobre cualquier tema. Hasta hay sondeos que pretenden averiguar cómo afecta una mera estadística a nuestra intención de voto. No hay que profundizar mucho en el asunto para darse cuenta de que muchas encuestas presentan en su origen quiebras que las invalidan de inmediato pero, en general, el consumidor de a pie no rebusca, a ver cómo se ha hecho ese sondeo ni se preocupa demasiado por el universo, la población, la muestra y el margen de error.

Las meras preguntas son, con frecuencia, tan tendenciosas que producen una sensación a medio camino entre la risa y la pena. No obstante, teniendo en cuenta que es imposible saber lo que va a hacer una sola persona pero que hay una buena aproximación a lo que hace un grupo o una masa, reconozco que siempre me ha fascinado la estadística.

Las cifras dicen que la tragedia que hemos vivido y que estamos viviendo con la pandemia de coronavirus, al margen de las consecuencias económicas y sociales, nos ha afectado mucho más de lo que parece, especialmente desde el punto de vista psicológico. Tiramos hacia delante pero hay pedazos irreconocibles de nuestras almas que se han quedado por este camino tortuoso.

Estamos preparados para estar alerta y reaccionar con agilidad pero no para mantenernos en tensión permanente durante tantos meses. Esa languidez, esa tristeza a la que tiende el ánimo, esa dificultad para concentrarse, esa disminución de la paciencia y esa merma en la motivación diaria para afrontar la realidad con esperanza forman parte de un cuadro al que la Organización Mundial de la Salud ya ha aplicado su verborrea técnica: ‘Desmotivación para seguir las conductas de protección recomendadas que aparece de forma gradual en el tiempo y que está afectada por diversas emociones, experiencias y percepciones, así como por el contexto social, cultural, estructural y legislativo’.

Lo definen como ‘fatiga pandémica’. Fíjate tú, que forma tan absurda de decir que toda la gente está hasta la punta de la boina.

El problema radica en la incertidumbre perpetua, probablemente, una de las peores sensaciones que podemos padecer y que transforman nuestro aplomo en una vulnerabilidad que conduce al llanto. Y no digamos si, además, se ha perdido el puesto de trabajo o se ve en peligro constante.

Los profesionales de la salud mental llevan varios meses avisando de este problema. Leo que el sistema público de salud cuenta con una ratio de unos seis psicólogos por cada 100.000 habitantes, es decir unas tres veces menos que la media de los países de la OCDE. Las propias organizaciones del sector aseguran que la atención psicológica es “la hermana pobre” del Sistema Nacional de Salud. Es decir, cuando más débiles nos encontramos y más apoyo necesitaríamos, es cuando papá Estado nos invita a disfrutar de nuestra soledad.

Si nuestros representantes no tienen claro que la salud mental personal define la salud misma de la sociedad, entonces, que echen cuentas del coste que supondrá el aumento vertiginoso del número de personas con depresión y ansiedad. Dicho de forma directa: hacen falta muchos más profesionales de la Psicología en el Sistema Nacional de Salud.

No es por nada, pero, aunque España registra una de las menores tasas de suicidio de la Unión Europea, cada día se quitan la vida diez compatriotas. Lo que pasa es que el buenismo y una teoría comunicativa absurda y anacrónica impide que estas cosas se cuenten bien o que, al menos, se cuenten.