Javier Villán

Javier Villán


Maradona. Un dios de barro

02/12/2020

Diego Armando era un dios no con los pies de barro, pies mágicos, sino un dios todo barro. Maradona era tierra y barro. Barro de la calle inhóspita. Un maldito. En poesía hay malditos universales como Rimbaud o Baudelaire, pero España no ha dado malditos pese a que Paco Umbral escribiera un libro memorable y polémico, Lorca poeta maldito. Escribí una vez un artículo diciendo que, en mi opinión, el verdadero maldito del 27 era Luis Cernuda y me pusieron a caer de un burro. Para la crítica española el único poeta maldito ha sido Leopoldo María Panero, el loco de Mondragón, internado en un siquiátrico.
Lo peor es que, siendo dios, Diego Armando Maradona acabó creyéndoselo. En torno a su persona, se creó una religión, una secta; la secta maradoniana no estrictamente futbolera. No deja escuela ni como futbolista porque era inalcanzable, ni como ser humano porque era reprobable por demasiado humano. La humanidad no puede estar orgullosa de ser como es y Maradona acentuó esas carencias de bondad y solidaridad hipócritas. Ha muerto solo, dicen que a causa de una parada respiratoria; abandonado de médicos, enfermeras y abandonado de todos. Se investiga una posible negligencia médica, lo cual estaría a tono con una existencia disparatada. No conoció moral y si la conoció la despreció, es más la hizo añicos. La sociedad que  lo enalteció fue su verdugo idólatra porque los hombres necesitamos referencias, así somos de frágiles; pero él deja muchas víctimas acaso sin darse cuenta. 
La España futbolera de hace treinta o cuarenta años fue feliz viéndole acariciar el balón rodeado de contrarios, sorteando las patadas implacables fieles al dogma «si pasa el balón, que no pase el hombre». Muchos, independientemente de su afición al fútbol, saben o intuyen que ha muerto algo más que un pelotero, muchos fueron felices viéndole hacer magia con el balón. Y otros muchos lo odiaron no solo por rebelde, sino por desdén hacia el Imperio USA. 
Algo, pues, le debemos; esa felicidad transitoria que es a lo máximo a que puede aspirar el ser humano. La España inquisitorial y calderoniana ya ha emitido su juicio, al menos en la selva de twiter: «Maradona se gastaba fortunas en prostitutas». La condena es casi unánime, aunque suavizada por ese respeto funeral que se regala a los muertos cuando ya no les sirve de nada. Valdano, su compañero de triunfos, ha llorado. Y Messi ha convertido en fetiche la camiseta con el número 10. Un país putero por naturaleza como España, acusando de putero a un astro. Argentina, tierra de futbolistas geniales, llora al genio supremo que ininterrumpidamente cometía penaltis contra sí mismo y nunca se los pitaba porque nunca se supo el reglamento. Era árbitro y jugador, juez y parte sin que se planteara que era una cosa ni cual la otra. Me temo que el balón nunca más será redondo, sino cuadrado.