Bueno, pues ya la tenemos aquí, se ha hecho de rogar un poco, la verdad, pero ya está entre nosotros.  Y ha llegado con la fuerza que la caracteriza, poniendo a la naturaleza patas arriba -permítaseme la expresión-.  
Haciéndolo, además, para quedarse por aquí, que es lo que más satisfacción nos produce; porque venimos de un tiempo de un invierno largo y frío que parecía no íbamos a poder quitarnos de encima nunca, porque pasaban los días y el panorama exterior no variaba ni un ápice.   
Pero, hete aquí que, después de tanto y tanto pensar en ella e invocarla, como cada año se ha obrado el milagro y la primavera ha aparecido al fin entre nosotros con la fuerza de un ciclón, revolucionando todo lo que ha encontrado a su alrededor.  Y mira que ha tenido que luchar contra viento y marea, porque el panorama estaba totalmente devastado tras un invierno que había arrasado con todo resto de vida emergente en nuestros campos, dejándolos al borde de la inanición casi.  Pero la naturaleza, que es muy sabia, llegado el momento ha sabido imponerse a la realidad y ha vuelto a obrarse el milagro, surgiendo la vida por doquier. 
Por ello, nos tocará decir nuevamente aquello de que «la primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido», que ya dijera el poeta.
El caso es que su llegada nos ha alborozado el ánimo y nos ha proporcionado de pronto el aliento necesario para encarar la vida con una mayor alegría.
¿Será cierto, entonces, aquello de que la primavera la sangre altera?.  Pues, ¿qué tal si eso lo experimentamos cada uno de nosotros a lo largo de los próximos meses? 
Claro que, aunque en estos primeros días de paso entre una y otra estación, el invierno pueda intentar hacernos todavía algún requiebro con las temperaturas, fruto de algún fenómeno atmosférico de los que le son propios en su amplio catálogo, contemos, empero, con que no sea de gran alcance y sea más bien una pequeña pataleta del susodicho tratando de marcharse dejando su marca, porque bien sabemos que a estas alturas su mando en plaza está ya en horas bajas.