Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Mirando

19/03/2022

Y sin decir palabra. Parece ser que ya se han agotado todas las reservas y todas las energías. Las propias y las ajenas. Tal y como está el percal, ha decidido rendirse y tirar la toalla, por lo menos, quince días. Humor nunca le falta al señor Tiburcio. Ahora, cuando van dos años de pandemia y virus, cuando se sienten en carnes propias nuevas crisis que llevan historias viejas y malditas guerras. Eso, lo dicho, mejor sentarse sobre la piedra que mira al arroyo y al páramo, al árbol y al valle. Sin menciones. Para pensar y meditar, buscando ermitas en las que redimirse, conventos que transformar, colegios que convertir, salones por llenar y calles por revivir. Ostracismo, incluso, buscado, condenado a oírse interiormente. Ansioso por acelerar su camposanto, como dejando un legado que alguien tendrá que remontar. No lo cree. Poca fe, tanta como para seguir creyendo que algo es posible. Hipérbole. Metáfora, pues mejor. Así es, asomado siempre al quicio del precipicio y sanador de las heridas que ya nadie lame. La aspereza no es de anhelo y deseo. Lírico. Como para seguir inspirando al que teclea y habla a través de las líneas de un diario. San José asperja bendiciones en el nombre del padre. Él, que hace décadas que fue abuelo y que ya no sabe qué papel sigue siendo más importante en el teatro de la vida. Eh. La piedra es de sillería, de las pulidas, tal vez por el roce de tantos culos aposentados en pose de querer levantarse por ver el horizonte y otros futuros. Su batalla ya está ganada, que vengan otros a tirar del carro, a manubrio, sin diésel ni pegatina que emita emisiones. Si las hay, que sean de careo. Ya. Te toca releer para entender. ¿Qué te estaba diciendo?, me comenta. Y se deja llevar con el palillo de medio lado en la boca. Que arda la gloria y chisque el humero, que brote el trigo, que nazca el proyecto, que rule el cajero, que cante el emprendedor. Balbuceos. Gorgoritos. Sinfónica de equilibrios, de preocupaciones rurales que no tienen dueños. De besos al vacío y recuerdos del ayer. De brillos en la mirada, de ausencias y gentes que ya son universo y reliquia. De mañanas que cabalgan con gestores por definir, de rutinas extraordinarias que no animan a distinguir lo importante de lo urgente.