Antonio Álamo

Antonio Álamo


Sillones y sofá

15/04/2021

«Lamento profundamente lo que pasó. Si fuera posible, volvería y arreglaría este incidente». Las palabras las pronunció recientemente el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, cuando se percató de que el supuesto incidente se había convertido en noticia mundial y lo convertía en uno de los protagonistas de un episodio a caballo entre la incredulidad y la vergüenza ajena. Sucedió en Ankara hace unos días, justo antes de comenzar un encuentro oficial entre Europa y Turquía. La escena apareció en televisión pero todavía se pueden sacar unas cuantas conclusiones viendo las fotos publicadas en la prensa.
Tuvo lugar en un espléndido salón oficial donde figuraban alfombras, dos banderas, cuadros, cortinas, visillos, sillones, una mesa de centro y un sofá. Y tres personas: una mujer (Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea) y dos hombres (Recep Tayyip Erdogan y Charles Michel, presidentes de Turquía y Consejo Europeo, respectivamente). Lo que ocurrió es muy sencillo de explicar ya que los dos bípedos masculinos decidieron comportarse como cuadrúpedos y rápidamente ocuparon los dos sillones. La presidenta europea, y no es broma, fue relegada al sofá. En la foto oficial Michel y Erdogan, belga uno y turco el otro, sonreían igual que Alberto Sordi en sus películas cuando interpretaba a un tahúr capaz de jugársela a su familia. Exactamente igual aunque la diferencia es significativa: lo del actor italiano era pura ficción y estos líderes intervienen, uno más que otro, en nuestro futuro.
Por suerte la escena ha alcanzado la posteridad, de manera que las imágenes que la describen desvelan inmejorables detalles para perfeccionar una idea aproximada sobre cuáles son sus principales preocupaciones. Las de Erdogan quizá resulten poco conocidas (Turquía está muy lejos ¿verdad?) pero quizá resulte oportuno refrescar la memoria recordando su soterrado afán para derribar el legado modernizador, democrático y laico forjado por Mustafa Kemal Atatürk hace un siglo. Las de Michel, a su vez, no contribuyen precisamente a mejorar la imagen de Europa como un oasis de paz, progreso e igualdad. Desaires como el suyo pueden evitarse fácilmente, basta con un cortés y diplomático «No, gracias».