César Merino

César Merino


Junto a una gruta

15/08/2022

Una de las consecuencias que trae consigo este ajetreo de vida que nos traemos, este continuo ir y venir como pollos sin cabeza, es que nos impide comprender la realidad histórica de la que formamos parte pero que también, al mismo tiempo, nos viene conformando a lo largo de los siglos. Nuestra capacidad para entender se agosta -como la cosecha por la sequía- debido al ruido y a la falta de atención, y de esta forma, nosotros mismos nos vamos autolimitando, perdiendo los antiguos saberes y significados.
Al sur del joven Duero, en esa tierra fronteriza salpicada de castillos y atalayas, donde culturas diversas antaño guerrearon, pero también convivieron, un arco de herradura en la entrada de un sencillo edificio de dos módulos, situado en la terraza de un alcor, nos desconcierta y nos invita a traspasar su umbral.
Y lo primero que uno piensa es que en este recóndito lugar vivió gente que buscó libremente el apartamiento, pero también el agua de una gruta, y seguro que la sombra de algunos árboles pequeños para su eremitorio, más tarde pequeño cenobio, dedicado a la memoria de un santo y mártir cristiano, de origen francés, San Baudelio o San Baudilio.
Aunque la mayor sorpresa, desde luego, nos asalta en su interior, donde la austeridad exterior se transforma en un mágico lugar en el que se hace palpable un aire oriental y místico, pleno de color y simbolismos, donde no falta una espléndida palmera de ocho brazos, o un pequeño bosquecillo de sencillos arcos y columnas, ni pinturas de animales exóticos y otras muchas con los episodios de la vida de Cristo, de las que solo su impronta se conserva, toda una alegoría del paraíso, pleno de vida y lugar de descanso, que a todos se nos ofrece.