Aquellas naciones que por tiempos vetustos apoyaron gobiernos cuyas políticas debieron ser ejemplares con inconfundible dedicación a los ciudadanos, y con delicado esmero a los vulnerables de la sociedad, pero cuidaron más el favoritismo desaforado, dando lugar a la desigualdad y a la injusticia, con desprecio de la capacidad y el mérito, apareciendo el recelo y la discordia, para dar paso a la desorientación del pueblo en el momento de depositar su confianza en sus gobernantes.
De los injustificados procederes de gobernanza, surgen tales vergüenzas y nacen las insurgencias, y los levantamientos populistas, instigados por quienes menosprecian la ética, la razón y la justicia, y cuyas pretensiones son las de avivar ideologías (de todo para el pueblo), en el que no creen, bajo el amparo de políticas sociales marginales, capaces de arrastrar a las gentes de buena voluntad, sencillas y fáciles de engañar con promesas lideradas por la misantropía de unos subpolíticos de escaso talento para conducir los destinos de un pueblo, pero capaces de hundir a la nación a la miseria extrema.
Tales populismos intentan sembrar desde su prosaico filibusterismo las banderas de la regeneración, las cuales impulsan desde el autoritarismo propio, la decadencia intelectual del pueblo y su miseria galopante, consumación del legado del submundo de la indigencia para sus naciones.
Cuando las personas desde las luces de la ilustración, son capaces de comprender el engaño en el que viven, se revelan pacíficamente contra todo umbral populista, abandonando sus soflamas decepcionantes y regresan al sagrado sistema de la        democracia.