Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


El camino

03/10/2020

Aquí nadie sobra, pero tampoco es imprescindible. Demasiado tiempo para darle a la pelota. La cabeza, volumen que tenemos sobre los hombros, cuenta. Y que a veces, visto lo visto, está para ponerse la gorra. Puede ser que sirva para que no se escapen las ideas, que parece que se cotizan al alza o, simplemente, para que se te calienten los cascos y mira, eso que te ahorras en calefacción y abrigos. Y es que son instantes para deambular por el mundo sin moverse de casa, sobre todo a ciertas edades. Entre otras cuestiones porque el chasis ya no respondía antes de la pandemia y ahora, mejor no exponerse. Va. Reflexiones de Tiburcio, que se ha sentado en el corral con la trenca, anhelando que el ratón caiga en la trampa. «Me tiene aburrido, pero no hay manera, ojalá termine picando». En el fondo creo que no quiere que quede condenado, pero chico, los genes son los genes. Si hay que esperar y tener paciencia, sea, aunque luego promulgue indulto y permita al roedor que se acerque a visitar a los suyos. Si fuera una rata, ya te digo que no, no habría compasión.  Todo me lo relata mientras manosea un ejemplar de El camino de Miguel Delibes. ¿Sabes, verdad?, dice sin mirarme. Fue su tercer libro, se publicó en 1950 y habla de la España rural de la posguerra. «Y aunque está ambientada en Cantabria, el estilo castellano se deja sentir por los cuatro costados». Al fin y al cabo, balbucea irónico, siempre fue nuestra salida natural al mar. Silencio. Como esperando mi aprobación. No digo nada. Me siento al otro lado del sillón de mimbre que tiene junto a la puerta. Tomo café. Escucha, majo y apunta lo que te digo: «Que yo ya estoy viejo, de vuelta, aunque nada me pilla de susto, pero por mucho que farfullen otros, aquí nadie se quiere morir. Da igual los lustros que arrastres y lo jodido que estés». Y lo peor, asevera, «es que el mundo seguirá su rumbo cuando no estemos». Hasta entonces, seguirá oteando. No tiene miedo, como si fuera Roque El moñigo. A nada, salvo a las estrellas, como el personaje del libro que nos ocupa. Ya ven, es tremendo a la par que natural, directo, sin ambages, prescindiendo de las medias tintas. Quizá porque sus gestos y axiomas, por sí mismos, son material extra de difusión conservera.