Fernando Martín Aduriz

Dirección única

Fernando Martín Aduriz


Tristeza

03/09/2020

De todas las malas artes que solemos desplegar con los niños, pocas como las de sustraerles el encuentro con la tristeza para llevarlos de viaje una y otra vez exclusivamente a los barrios de la alegría, tanto que produce vergüenza esta exaltación al disfrute permanente, a la fiesta perpetua, a la ausencia de la verdad completa de la vida, sin calcular el daño que, a la larga, así infligimos.
Con esa política educativa doméstica se consigue aplazar sine die ese descubrimiento del sentimiento de la tristeza. Cuando aparece, tarde o temprano, se vive como una invasión, y entonces el sujeto moderno se deprime, pleitea denuncia, pues le resultan intolerables los acontecimientos que entristecen, que «cortan el rollo».
«¿Por qué todo ser excepcional es melancólico?», en el Problema XXX ya Aristóteles formuló la pregunta por la tristitia y su observación de que era habitual para las personas eminentes, los grandes hombres. Pero deberíamos reclamar ese derecho a la tristitia para todos, respetar su llegada, no siempre oportuna, aceptar sus meandros, sus exaltaciones. Sin exagerar, claro, para evitar que los tristes profesionales terminen por idolatrar ese estilo de acometer la                existencia.
Las personas tristes a su pesar lo tienen crudo cuando quieren explicarse. Pues no siempre se ve claro el motivo, e incluso, la causa aparece como inexistente, no se encuentra con facilidad la razón de atravesar un período de tristeza en su vida, especialmente si la fortuna sonríe en todos los campos, como si la tristeza razonable sólo pudiera hacer acto de presencia cuando la vida golpea.
Tal y como mostrara Freud con el ejemplo de aquellos que «fracasan al triunfar», la tristeza aparece en ocasiones tras demasiados logros, al finalizar un proyecto, o simplemente al llegar a la meta, haciendo buena así la tesis de Kavafis de que el camino es lo más importante del viaje a Ítaca, y nada de prisas: «Llegar allí es tu destino. Pero no tengas la menor prisa en tu viaje». De otro modo se termina, tristemente, amando la tristeza. Lo que al niño le enseña el encuentro con la tristeza es humildad, y fortaleza psicológica para el futuro.